El espejismo de ser mujer y gobernar un país


Ingrid Ortez_ Casi literalSer mujer y alcanzar el poder político sigue siendo rareza en el mundo. Cuando fue electa Xiomara Castro a la presidencia de Honduras celebré el hecho histórico porque por primera vez una mujer llegaba a ese puesto; sin embargo, mantuve reserva respecto a si en realidad gobernaría ella o, por el contrario, su esposo Manuel Zelaya a través de ella, quien danza al recuerdo del golpe de Estado de 2009 y, como todos, de una u otra forma busca perpetuarse en el poder.

Reciente y más histórico es el caso de México. Se disputaron el puesto dos mujeres y una quedó electa, siendo la primera mujer en la presidencia. Desde 1953, cuando las mujeres obtuvieron el derecho al voto, ninguna estuvo cerca de lograr ese puesto.

Las estadísticas siguen siendo desalentadoras. Se estima que a este ritmo se necesitarán 130 años más para lograr igualdad de género en política. Según la ONU, hasta enero de 2024 las mujeres representaban el 23,3% de miembros en gabinete alrededor del mundo, al frente de ministerios que lideran un área política; y solo en quince países las mujeres ocupan el 50% o más de cargos de ministras. La paridad está lejos de ser realidad, pero ya en los países nórdicos la mujer en parlamentos representa el 45,7% del total y todos han tenido al menos una vez a una primera ministra —Finlandia ha tenido tres, incluida la más joven en ocupar el cargo a nivel mundial: Sanna Marin—, muy por encima del resto de otras regiones del mundo.

Décadas han pasado desde que una mujer ocupó por primera vez el puesto más alto de un país. En Sri Lanka, en 1960, Sirimavo Bandaranaike fue designada primera ministra. Años después, fueron Indira Gandhi en India, 1966; y Golda Meir, en Israel, en 1969. Ellas lo lograron pese a la persistencia de roles de género y los prejuicios que les querían hacer creer que esos espacios de poder político no les pertenecían.

Latinoamérica ha estado marcada por la trayectoria de esposos en política o el respaldo de partidos que gozaban de popularidad; como los de Dilma Rousseff en Brasil, Michelle Bachelet en Chile y Laura Chinchilla en Costa Rica.

Una mujer en el poder será un espejismo que todavía celebramos como histórico y no como algo normal. Es un referente importante, pero la duda es si en el interior de las oficinas presidenciales su capacidad y decisión prevalece.

El liderazgo de una mujer en política y en muchos otros ámbitos de la vida puede ser tan bueno o malo como el de un hombre; sin embargo, la presión es mayor porque sobre ella se refuerzan los estereotipos y prevalece la violencia y la presión en la toma de decisiones.

Una mujer, desde que inicia en su carrera política, se enfrenta a prejuicios y obstáculos que son latentes para su desarrollo. Recibe mayor escrutinio, como si le tocara masculinizarse para mostrar liderazgo o minimizarse para mantenerse en el puesto. Cualquier error o limitación que manifieste es recalcado con dureza. Además de superar obstáculos vinculados con el puesto y con el hecho de ser mujer, una toma de decisiones impopulares pone en riesgo su liderazgo. Estamos lejos de eliminar etiquetas. La violencia directa o simbólica que pasa desapercibida prevalece o incluso se ha normalizado.

Si bien algunas han tenido vínculos de parentesco con políticos o han sido patrocinadas por presidentes salientes, varias han consolidado liderazgos propios. Es innegable que la llegada de mujeres al poder tenga efecto en la representación simbólica, pero se enfrentan a muchas barreras y retos en el ejercicio de su liderazgo en una lucha desigual donde la mujer se ve intrusa o transgresora de un espacio tradicionalmente otorgado a hombres.

Afirmar que una mujer llega al poder como marioneta de un hombre parte de la idea de que no podemos llegar a esos puestos si no es porque alguien nos ayuda o nos controla. En ese sentido el reto es mayor, en especial para las mujeres cuyos esposos siguen tras bambalinas —como es el caso de Xiomara Castro en Honduras, que no logró desvincularse de Zelaya—; y como le tocará a Claudia Sheinbaum en México, aliada del presidente saliente, Andrés Manuel López Obrador. Es ahí donde ellas deben hacer cambios.

Que más mujeres lleguen al poder seguirá siendo histórico. Ojalá la diferencia se haga desde su lugar como profesionales y no sea un espejismo que seguiremos viviendo por décadas en una Latinoamérica convulsionada.

[Foto de portada: Sirimavo Bandaranaike, en 1960]

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