La adrenalina y emoción nos mueve. Los eventos sensacionalistas provocan reacciones emocionales fuertes. Por ejemplo, para los amantes de películas o series de televisión de juegos de poder y fantasía, el momento culminante de las batallas es épico: destruir al malo, salvar al desvalido. Lo vimos en 2019 cuando esperábamos ansiosos la gran guerra de la famosa serie Game of Thrones o Juego de tronos, muchos desilusionados por el final; pero el cine es así: no complace a todos. Ahora hasta los edificios se visten y las redes sociales se inundan con la precuela y su nueva temporada.
En 2020 nos llevaron a otra gran guerra que se libró silenciosamente tras las puertas de cada hogar en toda la Tierra: la ficción del cine con plagas, exterminio y zombis fue superada por la cruda realidad, sumado a todo lo que decidimos ignorar para intentar volver a la normalidad. Las guerras se han librado desde siempre, y los medios de comunicación, son parte de ese equipo de trabajo donde los poderosos se encargan de fomentar y alentar odios y extremismos. Muchos años llevamos con dos guerras al otro lado del continente que toman las primeras planas de los medios y nos entretenemos derrochando posturas al respecto, mientras que otras, como si fueran menos importantes, se desatan sin grandes titulares.
Y tenemos la gran guerra en la que entramos voluntariamente hace años. Llegó vestida de avance, nuevas oportunidades, facilitar la vida y la maravillosa inventiva de conectarnos a largas distancias como nunca antes. A pesar de esto toda guerra tiene pérdidas incalculables; algo de nuestra esencia se va perdiendo y esta guerra apunta a dos objetivos vitales.
Los inventos y avances a través de la historia, si bien fueron producto de una mente creativa y del anhelo de mejorar la vida o agilizar procesos, siempre fueron manipulados por el poder sin importar el costo humano. Jamás comprenderemos plenamente el impacto de la inteligencia artificial en nuestra sociedad. El cine y la literatura apenas nos acercan a posibles consecuencias apocalípticas que vemos como puro entretenimiento, pero la ficción puede reflejarse en el mundo real. Perdimos la capacidad de decidir salvarnos. Somos hojas llevadas por el fuerte viento de las grandes y maquiavélicas mentes.
¿Qué nos distingue de los animales y las máquinas? Humanidad y autonomía. Mucho se habla de todos los efectos posibles con los avances tan acelerados que lleva la inteligencia artificial, sin embargo, la pérdida de esas dos cualidades nos está llevando a ceder el control total de nuestras vidas y a no tener ni idea del futuro apocalíptico que llegará. En este caso la realidad sí superará a la ficción.
Cualidades y rasgos que nos dan la disposición para tener empatía, compasión, creatividad, capacidad de razonar moralmente. Habilidad para entender y compartir los sentimientos de otros, responder con amabilidad y preocupación, hacer juicios éticos, discernir entre el bien y el mal actuando en consecuencia sin ideologías coercitivas. Capacidad de tener sentido de uno mismo y reflexionar sobre las propias acciones y pensamientos… La autonomía es un derecho esencial del ser humano para tomar decisiones libres e informadas, y se ha visto manipulada descaradamente en forma de avance: una danza de engaño donde bailamos con el enemigo sin poner límites ni medir consecuencias, engrosando la bolsa de los sempiternos millonarios.
La triada oscura ha sido característica de los poderosos y ha reinado siempre, usando de todo para sus propios objetivos. Hoy es la tecnología devorando la esencia de los humanos, estas dos cualidades siempre se han manipulado desde el hogar, la escuela o en el mundo profesional cada vez más competitivo; y cuando se controlan sigilosamente desde la mano de los ambiciosos señores del reino, se convierten en una guerra silenciosa. No lo percibimos y vamos perdiendo lo valioso de la especie humana. Los jóvenes son los primeros caídos en el frente cuando pierden sus capacidades esenciales y sus vidas y mentes pasan a ser controladas por la IA.
En el 2021 la alta comisionada de las Naciones Unidas, Michelle Bachelet, advirtió la urgencia de establecer controles sobre el uso y venta de los sistemas de inteligencia artificial (IA) como una amenaza grave a los derechos humanos.
En este contexto, proteger y promover la humanidad y la autonomía es asegurar que la tecnología no degrade estas cualidades, sino que las potencie y respete, no que las domine. Hemos sido testigos de un crecimiento exponencial en el desarrollo e implementación de la inteligencia artificial en prácticamente todos los aspectos de la vida, desde lo más complejo a lo más básico como las famosas Alexa o Siri.
Recuerdo la película Her (2013) dirigida por Spike Jonze, donde. disfrazado de romance, de nuevo el cine en su obsesión nos muestra los riesgos de la dependencia y de ceder nuestras capacidades a una máquina generando un conflicto emocional y erosionando habilidades básicas y toma de decisiones, fenómeno que nos lleva a una sociedad menos capaz de manejar situaciones imprevistas, totalmente dependiente y perdiendo la capacidad de decidir sobre lo moral y lo ético.
La gran guerra ha ido moldeando nuestro comportamiento con información que refuerza nuestro sesgo y preferencia, burbuja de filtros que limita la exposición a perspectivas diversas y afecta la capacidad para tomar decisiones informadas y autónomas. El derecho a la privacidad dejó de tener relevancia para ser parte del juego peligroso de exponer todo lo que hacemos, cediendo como soldados rendidos el control total sobre nuestra propia vida.
¿Seremos capaces de sobrevivir a esta gran guerra?
Si bien es cierto que la inteligencia artificial tiene el potencial de transformar el mundo de manera positiva mejorando la eficiencia, la precisión y la capacidad de respuesta en diversos campos; no nos preparamos para lo que se vendría y ahora comprometemos la humanidad y la autonomía. Los riesgos son significativos, especialmente porque seguimos ciegos dentro de la cueva, viendo solamente las sombras que el titiritero desea mostrar.
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