Nos encontrábamos allí, los dos, frente a frente: yo, sentado en la única silla del cuarto con las manos apoyadas sobre las piernas; vos, desnudo, inerte y en silencio, desplomado sobre una mesa de metal oxidado, esperando ser reconocido al igual que el resto de los cuerpos que sigilosamente nos acompañaban. Al igual que vos, se preparaban para el olvido.

Esta vez no me dirías nada. No habría más tertulia. Tampoco alegatos o reyertas. No habría discusiones ni palabras sugerentes y mucho menos contrariedades. Nuestras conversaciones habían terminado. Ahora solamente quedaba el recuerdo de esas tristes charlas en las que alguna vez dijiste: «Pienso que una forma de vencer a la muerte que me persigue sin tregua es dejando algo escrito. Un libro, un artículo, o al menos una nota de despedida». Todo eso se había disipado. Te habías ido sin vencerla.

Hoy escribo por los dos, para vencer a la muerte que nos acosa.

Mario Ramos

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