Feminicidios y gaslighting


Nos dice la página 4 del Semanario Universidad del 29 de mayo de 2024 que en Costa Rica «los asesinatos de mujeres se duplican en lo que va de 2024 respecto al mismo período en 2023 y la violencia, el desempleo y la falta de apoyo las acorralan». Agrega que esto se ha visto acompañado por violencia simbólica y verbal, y discursos de odio contra las mujeres. El caso que me parece más espeluznante es el de Nadia Peraza, de 21 años, asesinada por su pareja y padre de su hija. Este hombre la descuartizó y la metió en el refrigerador.

Quiero subrayar que la mayoría son asesinatos de género; es decir, se las asesina por ser mujeres. Y el dato que me parece más espeluznante es que la mayoría son asesinadas por su pareja sentimental. ¿Cómo es que una mujer que convive con un hombre que supuestamente conoce —pues ha sido su pareja sentimental por años y quizás hasta por décadas— no vea señales de que ella se encuentra en peligro?

Lo único que me ayuda a entender esta paradoja es el gaslighting. Para definirlo brevemente, es una forma de manipulación común en las relaciones tóxicas y consiste en mentir con convicción y dar por sentados sucesos que nunca ocurrieron, todo con el fin de que la otra persona desconfíe de su memoria o de su percepción de la realidad.

Como viví la experiencia hablaré de primera mano. No sufrí daño alguno por mis largos años psicoanalizándome y porque solo llevaba tres meses de salir con el sujeto en cuestión. Voy a contar mi experiencia porque cuando pasó —por dicha, sin daño para mí— lo primero que pensé fue «por eso se dejan matar las mujeres».

Fue así: lo conocí donde unos amigos, me pareció interesante e inteligente. Era antropólogo. Empezamos a salir. Siendo tan inteligente y sabiendo tantas cosas me extrañó que no le hubieran dado propiedad en ninguna universidad en antropología, pero a los pocos días me di cuenta de que su afición por criticar a los profesores le había creado muchos enemigos y por eso no le daban trabajo y mucho menos propiedad.

Sin embargo, y a pesar de su falta de dinero, era muy generoso conmigo. Sus amigos lo querían muchísimo y le daban el dinero que necesitaba; y él me invitaba a muchas cosas.

Pasamos varios meses de perfecto idilio. A pesar del idilio yo mantuve cierta distancia emocional porque el modo despiadado en que criticaba a sus compañeros antropólogos me ponía a pensar: ¿y si un día me critica de la misma forma a mí?

Una noche, luego de esos tres meses de intimidad e idilio en que yo casi llegué a tenerle una confianza total, me llamó y me dijo:

—Esto no puede seguir así.

—¿Así cómo? —le pregunté yo, sorprendida—. ¿A qué te referís? —le dije, asustada; y fue el único momento en que dudé de mi cordura.

—Sí, cuando estamos juntos me das patadas, me mordés, me herís con las uñas.

—Pero yo tengo las uñas cortísimas para poder hacer yoga. Mis uñas definitivamente no pueden herirte.

—Pero no solamente eso. Cuando salgo de tu casa me mandás como 40 mensajes de odio.

—Mandámelos de vuelta para ver lo que hice.

—No me da la gana.

Allí, en ese momento, con ese «no me da la gana» confirmé que el que estaba mal de la cabeza era él y no yo. Pero en el ínfimo instante en que dudé de mi cordura supe que, si un hombre durante muchos meses —o años, o incluso décadas— ha tratado a una mujer con la dulzura, el amor y la entrega con que me trató este hombre a mí en tres meses, y de pronto tiene un cambio abrupto y efectúa un gaslighting, esa mujer no podría ver las señales de que la van a matar.

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