Mi hijo tiene dos papás (II)


Javier Stanziola_ Perfil Casi literalSí, él tiene dos papás: Su papa y su dad». Mi hijo me ha escuchado decir en tono bermejo algo parecido por quince años a cualquiera que cuestione el sol que calienta mi familia. Y algo así he escrito para (Casi) literal anteriormente. Quizá por eso cuando se nos ocurrió escribir juntos un cuento sobre un niño con dos papás, mi hijo exigió que no fuese político. Luego de explicarle por qué todo es política económica, acepté escribir con él un cuento divertido.

Y así quedó en el tintero mi hiel de que una oración tan simple, «él tiene dos papás», haya sido causa de tantos momentos desagradables para mi familia. Eliminado del cuento está ese recuerdo amargo de cómo «él tiene dos papás» fue suficiente para que un oficial de migración en un aeropuerto en Texas emitiera una carcajada desgañitada. Al ver nuestra cara de susto, el oficial prosiguió a decirle al colega en el cubículo contiguo en tono Trumpiano antes de Trump: «Did you hear that? Two dads!».

«Él tiene dos papás» y la funcionaria de migración en el aeropuerto de Panamá perdió la compostura un día que mi hijo viajaba con su dad y yo me quedaba en casa por motivos de trabajo. Al escuchar aquella frase, se le encendieron los ojos a la funcionaria y comenzó con la zarandaja de siempre:

«Pero en Panamá eso no es legal».

«Él tiene que tener una mamá».

«Muéstreme todos los documentos».

Mi esposo —un irlandés que rehúsa aprender español y siempre equipado con el tanque de evidencia irrefutable de nuestra paternidad— mostró la carta que firmé permitiendo la salida del país de mi hijo con los sellos notariales y huellas dactilares requeridas. Sin argumentos, la funcionaria arremetió directamente a mi hijo: «¿Dónde está tu mamá?» A lo que él respondió: «Yo tengo dos papás». Y ella: «Pero tú tienes que tener una mamá. ¿Dónde está? Dímelo». Le tocó a mi esposo enunciar «discrimination» y «lawyer» para que la funcionaria fuese donde su jefa a consultar el caso. Pero su jefa siguió el acoso, chupando dientes y juntando hombros con orejas. Cuando mi esposo decía algo en inglés, las dos untaban la homofobia de xenofobia: «En español. En este país se habla español».

En el tintero quedó contar que las mismas situaciones que mi familia vivió hace diez años las experimentan hoy familias homoparentales en aeropuertos, tribunales electorales, cajas de seguro social y espacios de trabajo alrededor del mundo. Y que cuando tenemos el valor de contarlas, los mal llamados defensores de la familia, los mismos de las carcajadas y preguntas despachadas a las tripas, nos acusan de querer llamar la atención. O en mi caso, la universidad católica de Panamá o la nueva universidad privada de inversionistas venezolanos con curita al mando, decide no contratarme porque todo cool cuando eres gallo tapao, pero exhibir las plumas es archipecaminoso.

Y como padre, la ansiedad de nunca saber cómo ser padre aumenta cuando tu hijo te dice: «Sin política. Contemos las cosas divertidas».

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