Hiperestesia, del joven dramaturgo René Estuardo Galdámez y representada por el proyecto Apartamento 302, es un interesante texto dramático que presenta algunos estereotipos que se han formado en torno a las relaciones que se establecen en la población homosexual masculina. Aunque quizá no sea ese el objetivo primordial de la propuesta escénica, sino más bien el de poner sobre la mesa de discusión uno de los temas que más comezón provoca entre la población de Guatemala, dada nuestra tendencia hacia la mojigatería religiosa: la de reconocer los auténticos sentimientos paternales que pueden nacer de un homosexual y el derecho que aún no se le reconoce de realizarse como padre de familia. Al respecto, esta idea la retomaré algunos párrafos más abajo.
Por el momento quisiera hacer énfasis en el hecho que mencioné primero sobre la presentación de cómo surgen estos estereotipos en el mundo de las relaciones homosexuales y de qué manera pueden sublimar, de manera inconsciente, esos oscuros sentimientos paternos. No nos equivoquemos con el significado que quiero dar aquí a la palabra oscuro que, de más está decir, no se trata de darle una connotación despectiva, sino más bien, a ese auténtico instinto que el ser humano en general tiene de cuidar a un vástago de su misma especie y perpetuarse a través de él, y que, culturalmente, se atribuye y normaliza más entre las mujeres que entre los varones; sin embargo, yace latente en la vitalidad de cualquier ser humano. Es oscuro, precisamente, porque es una motivación que surge desde el interior, quizá como un mecanismo de trascender a través del otro e, incluso, de conservar la especie.
Dos homosexuales, uno viejo y otro joven, establecen un vínculo romántico entre ellos, relación que en el fondo es un deseo inconsciente por parte del viejo —interpretado por Joam Solo— de ver hecho realidad su sueño de ser padre, el cual se ve frustrado por la negativa social de reconocer ese vínculo a través de la adopción. De manera inconsciente, el viejo cumple el estereotipo de homosexual que busca realizar su ideal paterno en una relación con un joven. Esa necesidad se hace evidente en las múltiples ocasiones en que confunde los roles de pareja sentimental y padre del joven.
Por su parte, el joven —encarnado por Benjamín Arévalo— complementa este estereotipo con el del homosexual que desea entablar una relación con el viejo porque en realidad lo que busca es un padre que lo proteja y le marque la guía; quizá porque su infancia se ha visto violentada o quizá porque ha sido abusado. De cualquier manera, pareciera que en todo momento lo que busca es un padre que lo quiera y lo comprenda, no obstante, el mismo boicot que le juega al hablar con la trabajadora social que lleva el caso de adopción del viejo. Más que un deseo de venganza, este acto bajo puede interpretarse también como un deseo profundo de no tener un hermano rival que le haga perder su posición de hijo-pareja.
Con esto no quiero —y la obra de teatro tampoco— generalizar que todas las relaciones entre parejas homosexuales masculinas con notorias diferencias de edad responden a esta causa. Por supuesto que se puede reconocer que existen y existirán relaciones plenas y sanas en el vínculo romántico entre personas del mismo sexo. Sin embargo, las manipulaciones, los chantajes, el boicot y otros aspectos que resaltan en la relación presentada expresan de manera clara estos estereotipos. En su obsesión paternalista, el viejo termina asfixiando al joven; y en su ansia de emancipación, el joven termina boicoteando al viejo. A todas luces, una relación enferma en la que se confunden constantemente los roles de padre-hijo y pareja sentimental.
La relación en sí es un estereotipo porque precisamente refleja una gran cantidad de relaciones que juegan a este doble rol, quizá por la misma represión que la población homosexual todavía vive y que genera relaciones enfermizas, no por la conducta homosexual misma, sino por los mismos condicionantes sociales que han reprimido esta expresión de la sexualidad.
Desde este punto de vista, el tema de la paternidad frustrada por las poderosas circunstancias sociales y la negación del derecho de ser padre a una persona por su orientación sexual termina perdiendo jerarquía dentro de los motivos temáticos de la obra. En otras palabras, a pesar de que la intención de la pieza pareciera girar en torno a este motivo explícito, el motivo dominante o leitmotiv gira en torno al estereotipo de relación entre los protagonistas.
La historia, además, gira en torno a la presentación de una pieza de danza que el viejo no se cansa de ver. El bailarín —interpretado por Josué Castro— representa el ideal donde el viejo nuevamente parece confundir los roles de hijo y enamorado, y donde el joven pareciera encontrar un rival que puede ocupar el lugar de sus necesidades afectivas paternas. Más que diferencias generacionales, la relación entre el viejo y el joven es enferma y tiene tantas manías y obsesiones que no la llevan a otro camino que el fracaso, al mismo tiempo que refuerzan el clisé de lo efímero entre las relaciones sentimentales de personas del mismo sexo.
En un plano casi invisible, aunque no por eso menos importante, Yara Contreras asume el rol de la psicóloga o trabajadora social que representa el alter ego colectivo. Su falsa autoridad y su falsa ciencia contribuyen a reforzar un sistema enfermo que perpetua la homofobia.
El escenario es ambientado por diversos juegos de alas de ángel que simbolizan el anhelo a libertad, aunque desde mi punto de vista este recurso y su potencial semiótico no fue lo suficientemente aprovechado, dado que no pasaron de ser objetos meramente decorativos de la puesta en escena. Otro tanto ocurrió con la unidad en el signo del vestuario, que, en algunos casos, pasa desapercibido por completo —en especial el vestuario del personaje femenino—. El uso de trajes demasiado casuales y muy poco teatrales provoca desconcierto en una puesta en escena que, por su forma, podría ser mucho más teatral.
Las actuaciones, aunque satisfactorias, podrían llegar a ser excepcionales. En algunos casos se percibe un miedo por parte de los actores —principalmente de parte del viejo— de mostrar las aristas más femeninas de los personajes. Y aunque la intención es presentar personajes homosexuales muy masculinos, quizá para no caer en otros estereotipos, pareciera que en más de un caso se encuentran algunos bloqueos para expresar la ternura o reaccionar de una forma que no sea el lugar común del grito. Más allá de estos pequeños aspectos, la interpretación va en camino de una búsqueda.
Un punto final que llama mi atención es el título, Hiperestesia, tomando en cuenta que este es un estado o condición de excesiva sensibilidad al sentido del tacto, me hace pensar en el resquemor que estos temas pueden causar dentro de un público que todavía se aferra a un sistema de creencias anticuado. En este sentido es una clara y merecida agresión al público en general sin que el mismo público lo note, aspecto que me parece muy acertado para aquel tipo de espectador, todavía demasiado común en nuestro medio, de hacer solamente una lectura literal del discurso artístico.
Igual de acertado, aunque no muy seguro de la intencionalidad consciente de este aspecto, me parece que por medio de un tema políticamente correcto —me refiero a la lucha del derecho a la paternidad, que es políticamente correcto a pesar de los prejuicios de las mayorías— se logre escarbar entre las motivaciones que muchas veces sostienen a una relación enferma y que aplica tanto a parejas homosexuales y heterosexuales.
Hiperestesia se está presentando en el Teatro de Cámara Hugo Carillo hasta el 5 de junio y fue una de las obras ganadores del concurso Telón abierto. La entrada es gratuita y se puede adquirir aquí mientras no se agoten.
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