Disquisiciones sobre el certamen Telón abierto


LeoMi primera reacción al ver que recientemente en Guatemala hubo un concurso en el que se premió a una gran cantidad de grupos teatrales para emprender el proyecto Telón Abierto fue muy positiva. En un momento pensé que el Ministerio de Cultura y Deportes, a través de la Dirección para las Artes, por fin estaban haciendo un trabajo que, de alguna manera, ayudaría a las agrupaciones teatrales que fueron tan golpeadas durante la pandemia. Eso sí, no puedo negar que me extrañó la manera en que se hizo todo: la convocatoria fue tan rápida que no dio tiempo suficiente para que fuera conocida por la opinión pública. Incluso, hasta para algunos colectivos teatrales. En lo personal, yo me enteré cuando se dieron a conocer los resultados del certamen.

Más allá de eso, me dio gusto ver cómo muchos colegas expresaban sus emociones a través de las redes sociales y hasta hice algunos comentarios para darles ánimo en esta aventura, pues el premio dotado con Q25 mil quetzales para cada agrupación que se destinaría a la producción de obras de teatro. Hasta aquí todo bien y no terminaba de salir de mi asombro de que por fin el Ministerio estuviera haciendo el trabajo que debía haber hecho desde siempre.

Sin embargo, indagando un poco acerca de la molestia que este premio causó en algunos compañeros que lanzaron sus propuestas y no ganaron, me he venido a enterar de algunos detalles de la convocatoria y de las bases del certamen que me hicieron cuestionar este aparente «noble proceder» del Ministerio. Me temo —y en verdad espero equivocarme— que el Ministerio está de nuevo manipulando con esta «noble causa» a las agrupaciones artísticas para que trabajen en nombre del gobierno de Guatemala y así este pueda lucir con sombrero ajeno sus aires de gentileza y desprendimiento. Resulta que, de la noche a la mañana, el Gobierno de Guatemala —a quien hasta entonces no le había importado para nada las expresiones artísticas— se convierte en un mecenas del arte.

Para explicarme mejor: Q25 mil quetzales —es decir, un poco más de $3 mil dólares— podrá parecer mucho dinero para una producción teatral en un medio como este, en el que muchos grupos han producido obras con menores cantidades. Cualquiera entonces se quedará con la boca abierta de tanta generosidad de las instituciones estatales de la cultura, cuando antes esto ni se soñaba. Pues bien, resulta que en las bases hay una cláusula en la que se aclara que no se puede cobrar por las funciones. Pero, además, de cada colectivo teatral se pide que esté conformado con un mínimo de seis integrantes y un máximo de doce. Es decir, debería tener por lo menos a seis personas trabajando. Cada agrupación ganadora se compromete a sacar cuatro funciones en un mes. Si tengo como mínimo a seis personas trabajando y tengo un presupuesto de Q25 mil podría pagarles unos Q2 mil a cada una y con eso agoto el 50% del presupuesto que tengo. ¿Q2 mil? ¡Eso no es ni siquiera un salario mínimo! Y eso que solo estoy incluyendo a la menor cantidad de personas en un colectivo.

Imaginemos ahora que un colectivo llega a tener el máximo; es decir, agotar el presupuesto solo en salarios. En otras palabras, el artista tiene que trabajar un mes por un mísero sueldo. Si bien es cierto que solo hará cuatro funciones a Q500.00 cada una —lo cual es un buen precio por función en un país donde el actor o el técnico pueden ganar hasta Q100.00 por una función— el problema es que las mismas bases establecen que solo se pueden ejecutar cuatro presentaciones. Encima de eso, la compañía no tiene libertad de comerciar el producto elaborado. ¿Esa es la forma como el Ministerio pretende reactivar el movimiento teatral de la post pandemia y cubrir las necesidades económicas del sector artístico que fue tan terriblemente golpeado?

Perdonen, pero eso es como si un banco me prestara capital para abrir un negocio y resulta que debo cerrarlo cuando les termine de pagar.

Si el interés del Ministerio, como lo dice en sus bases, es apoyar al gremio teatral, debería dejar por lo menos que los grupos cobren la entrada para generar un excedente que permita el desarrollo de las compañías.

Pareciera que esto no es más que una réplica de lo que el año pasado hizo el famoso Canal del Gobierno de invitar a artistas para participar con sus «numeritos» en esa feria de entretenimiento que armó. Eso sí, ellos tendrán la oportunidad de darse el paquetazo de decir que apoyan a las artes y pasarán a la historia miserable de este país como unos mecenas.

Para que dudemos más todavía de esas loables intenciones, me llama la atención un detalle de las bases en el que casi nadie repara: las obras no deberán contener escenas sexuales, desnudos ni vocabulario soez. Es decir, un aparato estatal incapaz de comprender el sentido del arte tratando de establecer las reglas del contenido que «debería» llevar la obra artística. ¿Y eso es lo que los teatristas nos tragamos todavía?

La verdad es que a mí me suena a que nos van a seguir dando atole con el dedo y nos prestaremos con docilidad a ser tontos funcionales. De verdad les deseo éxitos a los compañeros de gremio galardonados con el certamen Telón abierto, pero también les dejo esta reflexión por si les sirve de algo.

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