Hace algunos años la persona que era mi pareja en ese momento despareció por un lapso de entre tres y cuatro horas. Los seres humanos somos de rutinas. En un país como Guatemala cambiar la rutina puede significar muchas cosas, sobre todo para niños, niñas y mujeres; y ese cambio de rutina puede ir desde no contestar el teléfono o no responder al mensaje hasta no llegar al destino esperado en el tiempo acordado.
Latinoamérica tiene una historia llena de vacíos y sombras que dejaron miles de personas que fueron detenidas-desaparecidas por fuerzas del Estado en distintos momentos. El Salvador, Guatemala, México, Argentina y Chile son solo unos ejemplos de las heridas abiertas. Aún hay muchos cementerios clandestinos en bases militares que posiblemente esconden esos cuerpos, esas historias, esas verdades atroces sobre ese delito de lesa humanidad.
Según un reportaje del diario La Hora, en Guatemala 3 mil 687 mujeres han sido reportadas como desaparecidas mediante la alerta Isabel-Claudina entre agosto de 2018 y agosto de 2020, y al menos 61 de las que eran buscadas fueron encontradas muertas. Esta alerta se activó para que funcionara el Mecanismo de Búsqueda Inmediata de Mujeres Desaparecidas, y lleva ese nombre en memoria de María Isabel Véliz Franco y Claudina Isabel Velásquez Paiz, desaparecidas la primera el 16 de diciembre de 2001 y el 12 de agosto de 2005 la segunda. Sus cadáveres fueron encontrados días después. A María Isabel la habían torturado, solo tenía 15 años; Claudina tenía 19. Ambas habían sido violadas.
Mi pareja de entonces no contestó los mensajes en los que le preguntaba si había llegado a casa. Tampoco respondió a mis ya insistentes llamadas. Algo iba mal. Nos habíamos separado en la Zona 9 de la Ciudad de Guatemala. Aproximadamente a las 3 de la tarde del mismo día me llamaron de un número desconocido. Era ella. Estaba viva. Cuatro hombres la habían secuestrado en un taxi, le robaron documentos de identificación, dinero, tarjetas y el teléfono. Y también eran depredadores sexuales que habían violado a más de diez mujeres de la misma manera.
Aquí las mujeres que gritan «¡Nos están matando!» no son exageradas ni histéricas; las llaman feminazis (un insulto que encierra idiotez más ignorancia sobre historia y humildad). Las mujeres en Guatemala tienen que cuidarse en demasía para salir a las calles porque, como lo explica Monique Witting, citada por Ochy Curiel: «(…) aunque fuese en el ámbito público, fuera del matrimonio, las mujeres son vistas como disponibles para los hombres y sus cuerpos, vestidos y comportamientos deben ser visibles, lo que al final de cuentas es una especie de servicio sexual forzoso. Así, las mujeres son visibles como seres sexuales, aunque como seres sociales sean invisibilizadas».
Otro gran número de las denuncias por desaparición corresponden a quienes tratan de resguardarse física y emocionalmente tras huir de sus propios hogares o familias donde son violentadas de distintas maneras, porque también son concebidas como propiedad de otros, no de ellas mismas. «Las mujeres por tanto no pueden ser concebidas fuera de la categoría de sexo. “Solo ellas son sexo, el sexo”. Todo lo anterior es asumido “naturalmente” por el Estado, las leyes y la institución policial, entre otros regímenes de control», escribe Curiel.
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