Los buenos migrantes


Uriel Quesada_ Casi literalTomo un úber en Austin, Texas. Es diciembre de 2024 y las temperaturas están inusualmente bajas para esa época del año. Voy del aeropuerto a casa de unos amigos y a unas reuniones de trabajo. La conductora, según la app, se llama Sandra; un nombre neutro que no me revela nada.  Cuando llega el carro y abro la puerta, Sandra dice «Uriel» con perfecta dicción. Entonces la saludo en español y hago el comentario de rigor sobre el frío.

Sandra resulta ser locuaz. Se alegra de tener un pasajero que hable español, pues ella no sabe inglés y se siente incómoda cuando no puede comunicarse con sus clientes. Le pregunto si ha tomado clases y me responde que estudiar le cuesta mucho y esa circunstancia le avergüenza. «Pero mis hijos son distintos», agrega con una sonrisa orgullosa, «ellos han aprendido el idioma rapidísimo». «Debería intentarlo», replico de manera cortés, pero mecánica.

De inmediato cambia de tema. Sandra está contenta porque Trump ha ganado las elecciones. «Este país necesita orden y controles en la frontera», afirma. «Ese señor sí va a hacer un cambio». No respondo nada. Se me sube a la cabeza la arrogancia del consumidor gringo. Pienso que Sandra aún no conoce las reglas y que esos comentarios sobre sus preferencias políticas me insultan, y podrían acarrearle a ella un comentario negativo en la app o una propina miserable.

«Puede ser que me deporten», confiesa. «¿Pero sabe una cosa? ¡Estoy tan agradecida con este país! Mis hijos saben inglés, mi marido y yo tenemos ahorros…».

Estoy por preguntarle si está consciente de lo que significa una deportación; si sabe de las redadas, de las detenciones, de la humillación, de la posibilidad de marcharse sin sus ahorros. En cambio, le pregunto de dónde es y me responde que de Venezuela.

«Los venezolanos somos buenas personas… no todos, pero la mayoría», afirma. «El problema son las pandillas, apenas unos pocos de nosotros. Si tenemos que irnos, ellos son los responsables…».

Sé que Trump ha usado un incidente con venezolanos en Aurora, Colorado, para demonizar a todos los inmigrantes; y me llama la atención que Sandra lo exculpe y considere que sus compatriotas son los causantes de una posible expulsión en masa del país. Quisiera preguntarle muchas cosas para entender cómo puede apoyar a alguien que seguramente va a causarle un grave perjuicio a ella y a su familia. Pienso en la fascinación que muchos sienten por la figura del hombre fuerte y autoritario, o en las nociones de oprimido y opresor; pero esas son reflexiones que señalan mi privilegio. Quizás la vida le ha enseñado a Sandra a ser pragmática, a tomar lo que se le ofrece y disfrutarlo hasta que no dé más. Talvez lo que dejó atrás en Venezuela haya sido tan traumático que no puede haber nada peor: ni siquiera los horrores de una redada o ver a su familia y a ella misma convertidos en criminales.

He aprendido a no indagar sobre el estatus migratorio de las personas. En esta realidad paranoica esa pregunta puede encender las alarmas. El migrante no sabe si quien pregunta es un delator o un oficial encubierto a la caza de víctimas. Supongo que el gobierno de Joe Biden le ha brindado protección a Sandra y a su familia; cómo llegaron a Estados Unidos es otro misterio que se quedará sin resolver. ¿Habrán tomado la ruta del tapón de Darién? ¿Cuánto les costó? ¿Quién quedó en el camino?

Al llegar a mi destino le deseo buena suerte a Sandra. Semanas después, Trump rescindió la protección a los refugiados venezolanos mediante un decreto ejecutivo.

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