Tendría que llamar infancia a esa patria que no tuve ni tengo. Ese sitio que no he vuelto a encontrar en los mapas con los que busco alejarme de donde no pertenezco. Ese instante congelado del exilio después del cual encontré el desdén del frío y todo el fango de la ciudad de la que huyo en sueños.
Tendría que decir el nombre de esa edad para encontrar dentro el valor que perdí en los bordes, los recovecos indeseables pero necesarios del camino y que no he vuelto a encontrar ni en lo poco que de mí queda de humano. Porque sí, en el país del hambre y de la guerra, en el país del odio, de la insidia, de la sed; en el infierno del dinero, de la desnutrición, de las pretensiones, de la fatiga, tuve la dicha de una infancia feliz. Y regreso a ella como a la Ítaca perdida, como al hogar inasible que añoran los presos, los cautivos de distancia, para construir mi vida como la crónica de un retorno. Para encontrarme.
Aunque ya a estas horas la infancia tenga el matiz idílico del mito. Aunque me digan que es normal recordar la infancia como el no lugar al que nunca volveremos, sé que aquí hay niños que nunca han tenido la oportunidad de serlo. Que nacen con la vida apostando en la ruleta del hambre. Que nacen sin nacer, sin pedirlo, sin la posibilidad siquiera de abandonar voluntariamente el juego. A principios de este mes, octubre, celebramos el Día del Niño y la semana pasada el Día de la Niña. Un día que debería matizar nuestra vergüenza, la vergüenza de no saber condescender con un grupo tan vulnerable en todos los sentidos. Hoy tenemos noticias de niñas de quince años dando a luz a más niñas cuya suerte tiene muy pocas posibilidades de cambiar. El último informe del PNUD reveló que cinco de cada diez niños sufren de desnutrición crónica. Es decir: corren el riesgo de morir de hambre.
Si en el territorio confuso del recuerdo es donde he encontrado mi patria para darle el nombre de mi infancia, hoy me duelen mucho más los niños de ese territorio en perpetua orfandad. Es por eso que prefiero negarme la posibilidad de decirle patria al lugar donde los niños duelen tanto. Duelen los niños que mueren sin saber si habrían sido. Mueren conformándose con la bondad desconfiada de su condición. Mueren o viven con hambre o mueren de hambre mientras viven ejerciendo oficios inhumanos.
En algún momento Panero dijo que en la infancia y en la locura se encontraba lo humano, que la sociedad se encargaba de atrofiar. Muy parecido al argumento de Rousseau, Panero especificó que este castigo es fruto solo de las sociedades capitalistas y occidentales… Pero puede dejar como tarea pensar, en dónde está nuestra humanidad si tratamos tan mal a los más vulnerables. Cómo estaremos si precisamente aquellos que nos hacen humanos mueren de desnutrición.
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