El olor de las personas en el bus que tomo en la esquina del Frontier me golpea y arrastra como cuerpo que cae según la ley de gravedad; fuerzas que nos atraen al centro de la tierra; caemos y en la caída encontramos el impulso para el salto hacia alturas inesperadas. A casi más de diez mil pies en Sandia Peak cruzaba ese teléferico con escalofrío por el cuerpo. Pensaba en el significado de la caída, la energía de atracción en contrapicada. Pensaba en los distintos estilos del descenso, en cómo caían los Fellini. Pero iba en ese bus a San Mateo, a un Walmart con Maggy, a hacer las compras de la semana. Bajamos y caminábamos por la calle y una marcha desfilaba a nuestro lado. Cientos de personas con instrumentos, pancartas y pintas en sus caras en protesta contra las políticas laborales de Walmart. La ética a veces tiene un precio. Miro las paradas de buses en San Mateo, atestadas de chicanos, nativos-americanos, gringos, imigrantes, mendigos que se reúnen en ese recinto a tomar y fumar. Y es una foto cercana con los escondrijos de Managua: gritos, pirucas, vendedores ambulantes y un ex-convicto con un localizador en su tobillo izquierdo. El inglés suena distinto en esta zona. Los tatuajes van de arriba-abajo. Personas de todos los colores entran y salen de una instalación fría, celeste, iluminada, repleta de incontables marcas de un mismo producto. Me mareo un poco. Observo. Intento leer las etiquetas, las porciones de carbohidrato y colesterol. Quiero moverme como en el super de mi tierra, pero el espacio es distinto y me demanda otros movimientos, quizá algunos que no sospechaba. Veo a Maggy descubriéndose a sí misma. La recuerdo en Coronado Mall, en American Eagle, de pie como un maniquí brillante, sin siquiera pestañear, mientras yo buscaba unas prendas, y la dependienta maquillada y pistoleada, se me acerca y me pregunta: Is she with you? Le respondo que sí, que no se preocupe, Maggy solo es algo tímida por ahora, son sus casi 19, 20 años en un país extranjero. Este Walmart es quizá seis veces Pricesmart. Sextuplicado el espacio y se me viene la canción de Alfonso Cortés: “Este afán de relatividad de nuestra vida contemporánea es lo que da al espacio una importancia que sólo está en nosotros”.
Luego Carolyn contaba de la carne de las hamburguesas de McDonald’s, de las vacas en Brasil, de cómo concientizar las compras, “el shopping”, no solo que sea de calidad, sino que te fijes si quien lo vende promueve la esclavitud; o si ofrece dignidad y seguridad a sus trabajadores. Me aclara que no todos los gringos van a McDonald’s, que de hecho es pésima comida. That crap!, she said. Tania me recomienda un lugar que vende frescura y productos Non-GMO: La montañita, que allá pronuncian La montanita, porque les cuesta pronunciar la “ñ”. A mi me parece divertido y me sumo: La montanita, como un niño que quiere aprender a pronunciar correctamente y no puede. “La montanita” es como “Naturaleza”, pero en grande. Grande y pequeño son adjetivos que han adquirido otra connotación para mí. Ting-Ting se escuchan las cajas registradoras y una voz que me susurra: “Sí, pero aquí soy pobre, somos pobres, empezamos desde cero y no puedo comprar en “La montanita” más que un helado, porque la ética tiene también un precio”.
Recuerdo el significado de “prestaciones sociales”, mientras una chica pelo negro con puntas teñidas en morado me factura un litro de leche, una barra de pan, una bolsa de café, una docena de huevos, el queso, una bolsa de arroz, otra de frijoles y azúcar… Salimos y San Mateo luce azul pálido. Al este, las montañas amenazan como conos invertidos y puntiagudos. Unos tipos intentan intimidarnos con su andar agresivo. No decimos nada y seguimos en línea recta hasta la parada de Walgreens en Central y San Mateo, junto a los pirucas, el ex-convicto y compañía. Boom, Boom y las pancartas y los tambores de la gente enfurecida. Su eco nos llegaba mientras esperamos, mientras esperábamos el bus de regreso a Sigma Chi Rd.
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Esta pijuda esa pintura escrita!