La fotografía vino a reemplazar el dibujo, pero ahora este retoma fuerza otra vez. Esto pensaba cuando fui a visitar la exhibición «El valle de los sueños», del artista guatemalteco Samuel Escobar. La muestra se compone de una serie de dibujos que retratan con magnificencia la estética de la Belle Epoque (expresión francesa que designa un periodo europeo específico en el cual coincide la revolución industrial, el modernismo y la visión del arte por el arte).
La nostálgica por la vida, emoción que surge durante la Belle Epoque, se encuentra representada en las pinturas de los artistas más representes como Monet, Renoir, Degas, Toulouse-Loutrec, Klimt, entre otros. Durante estos años también se desarrolló la fotografía análoga, con las cámaras que trabajan con base en la pólvora.
Pensándolo bien, no recuerdo cuándo fue la última vez que compré un rollo fotográfico o cuando, en una fiesta, alguien sacó su cámara, hizo clic y yo sonreí esperando, inciertamente, llegar a ver esa sonrisa alguna vez. Siempre he pensado que la fotografía análoga encierra la magia de la incertidumbre: congela instantes y revive recuerdos que creías que habían desaparecido. La sensación de disparar una toma y no saber qué es lo que quedó hasta el momento del revelado es una sensación privilegiada que lamentablemente en la actualidad hemos perdido con el avance de la tecnología. El arte de apreciar el pasado en el presente, por lo tanto, ha desaparecido.
«Tomarse una fotografía y guardar ese registro era un ritual para crear un momento que encapsularía a un individuo por siempre en un pedazo de papel», comenta Samuel acerca de por qué decidió envolver su muestra con la estética de la Belle Epoque. Antes de estallar la I Guerra Mundial, pocas personas gozaban del privilegio de tomarse fotografías. Las únicas que tenían acceso eran las familias adineradas que, a pesar su obvia riqueza, vestían sus mejores trajes y usaban sus mejores joyas para tomarse una foto y guardarla como recuerdo.
Con el afán de resaltar la dedicación y el esfuerzo que hay detrás del ritual para la preparación de un recuerdo, Samuel decide dibujar mujeres que bien podrían pertenecer a la Belle Epoque: vestidos de seda, hombros envueltos con encajes, cadenas de perlas en el cabello y joyas diversas. Muchas de las mujeres que dibuja Samuel son niñas que, además de estar peinadas meticulosamente, tienen la mirada seria que a su vez evoca ternura y con la que observan el vacío, como si en sus mentes vírgenes e imaginativas reflexionaran sobre un pasado lejano.
«Las miradas perdidas son esos momentos de paz cuando interiorizo y trato de reflexionar mucho en lo que me sucede, y voy encontrando y descubriendo, día con día. La mirada fija es esa certeza de saber que mi camino ya está trazado y que eso me hace tan feliz».
¿Por qué decidiste retratar solo mujeres?, le pregunté a Samuel al ver que la plática oscilaba ente alabar la belleza, fusionar el pensamiento con la creatividad e intentar representar el alma. «Mi alma es la constante en mi proceso creativo, porque alma me sugiere algo hermoso. Es un regalo que se nos otorga desde que nacemos y la persona que nos da la vida es una mujer. Desde el instante que somos concebidos, un pedacito del alma de nuestra madre nos es otorgado y nos acompañará por el resto de nuestros días».
La lucha entre luz y oscuridad, lo moderno y contemporáneo, la mujer, el amor, la belleza y el alma, se refleja en cada pieza de la obra artística de Samuel Escobar. Sumado a este torbellino de elemento, agrego el uso de la técnica: el hiperrealismo que alcanza Samuel en su obra ha provocado que, cada vez que inaugura una exhibición en una galería, el dueño invite al público a pasar una velada con el artista para verlo crear, en vivo, un dibujo de la serie. Esta anécdota, más que causarme risa, me provoca escalofríos.
Los mujeres de sus dibujos en escala de grises arremeten contra la visión del arte sumiso a la inmediatez y, así como aclara Samuel, desea que sus dibujos se conviertan en un objeto de apreciación más que de tendencia. El uso entre la tinta, el carboncillo y el grafito confabulan para hacer una oda al esfuerzo y la dedicación. «Al crear los retratos creo almas nuevas, con toda la carga psicológica de un pasado que encierra individuos que disecan sus propias almas y vuelven constantemente hacia él, y allí hay un punto que instantáneamente nos sugiere que estas personas ya no existen, y esto obedece a mucho de lo que pienso al respecto del fenómeno de la moda; pero las modas pasan y se vuelven recuerdos, y con ella, todos sus seguidores».
Estas obras recuerdan que no solo a través de la fotografía se puede registrar un momento sino también a través de un dibujo. «Las modas tratan de desplazar la importancia del dibujo y la pintura, y desde cierto punto, lo que trato de hacer es reivindicar al dibujo». Los dibujos de Samuel son una invitación a viajar a la Belle Epoque y vivir en carne y hueso la apreciación de aquellos momentos fugaces que no solo fungen como recuerdos olvidados y recuperados, sino también como fragmentos de los cuales quizá —solo quizá— se compone la vida.
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