En su nuevo libro, Mission Economy, la economista Mariana Mazzucato construye historias épicas para vendernos su receta para salvar el capitalismo, aunque, en el intento, la autora muy pronto perdió el camino y el interés de este humilde lector. A pesar de ser un libro altamente decepcionante, vale la pena leerlo como caso de estudio sobre una de las tantas fallidas integraciones de la literatura con la economía.
Mazzucato es la autora de dos de los libros de economía política más influyentes del siglo veintiuno. Su El Estado emprendedor (2014) y El valor de las cosas (2019) describen de manera técnica, pero sin esnobismos intelectualoides, cómo las bases del sistema capitalista están podridas. Con una sólida fusión de teoría, evidencia y escritura pedagógica la economista plantea que el rol del gobierno ha sido mancillado desde la década de 1980 para beneficio casi exclusivo de los que juegan en el mercado financiero. El valor de las cosas es lectura requerida en la mayoría de mis clases de economía para comparar el modelo de bancos benefactores que nos venden los libros de textos de principios económicos con lo que realmente fluye en las bóvedas bancarias.
Pero su último trabajo, Mission Economy, es diferente. El libro parece estar dirigido a países donde el gobierno de turno ha sido elegido bajo un mandato de maximizar el bien social e intenta cumplir todas sus promesas. Para este Shangri La, la propuesta de Mazzucato es simple: sus tecnócratas deben liderar los proyectos económicos y sociales con una clara misión: desarrollarlos en conjunto con una gran diversidad de grupos de personas e implementarlos con herramientas de administración dinámica.
Hasta ahora, muy bien. Entre los progresistas están muy claros en las dinámicas políticas y sociales que nos ahogan, pero pocos reconocen o valoran el reto de administrar personas y recursos cuando finalmente emerja una estructura política y social más justa. En otras palabras, un cambio de estructura no reducirá las aguas turbias de la cotidianidad.
Pero esta tecnocracia de Shangri La llamada Mission Economy está modelada en la misión Apolo a la luna de NASA. Mazzucato se viste de lentes morados que ven la década de 1960 con reconfortante nostalgia para contarnos del heroísmo de técnicos y administradores de proyectos. La misión Apolo era tan inspiradora que contaba —nos cuenta la autora entre salmos seculares— con el apoyo de toda la organización, de todos los estadounidenses y —sí, ya se lo imaginan— de todo el planeta Tierra. El barrendero barría feliz, nos narra Mazzucato, ganando una décima que los ingenieros porque él también estaba llevando a los estadounidenses a la luna para la gloria de la humanidad.
Sin duda, hay razón para salmonear la década de 1960 como una época dorada del capitalismo. Los indicadores macroeconómicos para los Estados Unidos y algunos países en Europa indican que la inversión gubernamental ayudó a co-crear gran parte del desarrollo económico y social que ellos experimentaron entre 1950 y 1981. Estos indicadores no cuentan, sin embargo, los abusos que estos países perpetraban con igual ahínco misionero en América Latina con la excusa de la Guerra Fría. Esta época dorada es, en efecto, producto de la extracción masiva de recursos de África y Asia con el argumento de que nadie sabe cuán misericordioso es el colonialismo hasta que lo vive.
Los lentes morados de Mazzucato no solo le impiden ver el mundo más allá de los arcos dorados de McDonald’s. La misión Apolo que ella trata de vender en Mission Economy no es el ejemplo de un país que tenía una misión para mejorar las condiciones de vida de las personas. Como ella misma lo plantea para luego barrer esta realidad debajo de la alfombra, los estadounidenses llegaron a la luna inspirados por una guerra de testosterona blanca entre los estadounidenses y los soviéticos para ver quién orinaba sobre la luna primero. No hay nada que imitar de un proyecto que desvió miles de millones de dólares y las mentes de cientos de personas altamente capacitadas para resolver problemas reales aquí en la Tierra; como el hambre, la discriminación hacia las personas que no sean blancas u hombres, y los pésimos sistemas de salud pública alrededor del mundo.
De hecho, no hay nada revolucionario en esta misión. Los grandes esfuerzos para construir lo que se considera hoy como los grandes monumentos, iglesias y castillos que salpican a Europa llevan encima el mismo costo.
Mazzucato apostó a que cualquier debilidad de los héroes históricos se enfrentaba con evidencia sobre el retorno económico de la inversión; esto a pesar de que su libro arguye sobre la toxicidad de tales métricas. Una narradora más en contacto con la condición humana hubiese entendido que la planificación con motivos claros no es la fuerza detrás de los protagonistas de esta historia, sino que fueron el nacionalismo, el egoísmo y el clasismo los que hicieron que esta misión triunfara.
Al darse cuenta de esto, quizá la autora hubiese buscado un mejor ejemplo para vendernos su receta mágica. O aún mejor: quizá hubiese desistido de escribir el libro, salvándonos de la pesadumbre de ver cuán poco los economistas entienden sobre los seres humanos.
†