El mito de Sísifo y el otro absurdo


Darío Jovel_ Perfil Casi literalSísifo, hombre de gran astucia, logró engañar a los dioses y estos, en su crueldad, le dieron la peor de las penas: le arrebataron la esperanza. Esto es una versión medio tonta de lo que Albert Camus contaba en El mito de Sísifo. Su castigo consistía en subir una roca hasta la cima de una montaña para que, al final del día, esta vuelva a caer por su propio peso, teniendo que repetir la faena al día siguiente, repitiendo el ciclo durante toda la eternidad mientras que Sísifo se mantiene sin esperanza: su conciencia de los hechos le hace sabedor de que el trabajo del día anterior fue inútil y el de este día también lo será.

El absurdo es la pérdida del sentido racional, la falta total de un propósito y, en su ultima etapa, la pérdida total de la esperanza. Pero ese absurdo solo es trágico si se es consciente del mismo, pues en caso contrario se mezcla con una serie de emociones que forman una amalgama de pasiones y desilusiones. Camus dice que la misma moral reposa sobre este absurdo y que cualquier regla o norma social no es capaz de soportar el peso de la coherencia. Pero además asegura que esa falta de sentido, una vez comprendida, es capaz de superar la idea fatalista de un mundo sin timón y de un trabajo repetitivo y eterno para mutar en algo muy cercano a la alegría. Para este filósofo francés el absurdo de las cosas es casi una suerte, pues nada tiene propósito a menos que le demos uno.

Sísifo está atrapado en una tragedia, pero si al llegar la noche mira a la roca caer y este hecho le deja de parecer tedioso, y con las primeras pinceladas de la mañana acude a su labor sabiendo que no tiene que buscarle sentido a algo que no lo tiene… Es hasta entonces, como el propio Camus diría, que Sísifo será dichoso.

El absurdo de las cosas es, por lo tanto, una aparente realidad que no busca ni debe ser comprendida. Las ideas que subyacen entre las líneas de Camus en El mito de Sísifo son tan desoladoras como esperanzadoras; y ese bello contraste hace, de forma irónica, otro absurdo. Hay que imaginarse a Sísifo dichoso, no porque su realidad haya cambiado, sino porque ha decidido no darle importancia a lo que no la tiene, ni buscar explicaciones donde no las hay, o esperanza en el vacío.

La dicha de Camus —que no ha tenido casi nadie— es que murió de acuerdo con sus ideas. Él, al igual que Sísifo, deben ser imaginados dichosos.

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