Literatura panameña contemporánea: ¿por dónde empezar?


Hace un par de semanas hablé sobre los autores de literatura panameña que Google conoce —o los que Google cree que nosotros conocemos—. Al inicio mi reacción fue de incredulidad, pero después de pensarlo un rato se trasformó en algo parecido a la rabia.

No porque Rogelio Sinán y Amelia Denis de Icaza no se lo merezcan —sus nombres son icónicos y casi todos los panameños los conocemos— sino porque toda la creación de mi país estaba siendo reducida a dos autores pertenecientes a otras generaciones y con los cuales la mayoría de los panameños solo hemos tenido contacto en la escuela porque pertenecen a otra generación.

Por eso a partir de este punto es mi intención hacer un acercamiento a algunos escritores panameños contemporáneos que se merecen el mismo tipo de atención. Escritores que seguramente no son muy conocidos fuera de Panamá y, a veces, ni siquiera dentro de ella.

Y a pesar de que hay figuras como César Young Núñez —de quien ya escribí una vez en esta columna cuando él todavía se encontraba entre nosotros y que, a mi juicio, continúa siendo una de las voces más importantes en la literatura panameña— o Ernesto Endara —un maestro en todos los sentidos, inspiración para varias generaciones de escritores panameños y de quien también ya escribí en este espacio—, no me quiero concentrar en ellos porque, además de que ya los mencioné antes, quizá estos escritores tengan el renombre suficiente como para que alguien los encuentre sin mucha dificultad.

Sin embargo, hay otros escritores que probablemente estén perdidos en el poco renombre que les da un país y una región donde las artes no se celebran como deberían y las redes sociales solo sirven para criticar a los políticos y poco más. Me refiero a autores que no entrarían en la conciencia colectiva sin un poco de ayuda.

Así que a partir de ahora y durante las próximas semanas les invito a acompañarme en esta exploración de autores de literatura panameña contemporánea, algunos con los que he tenido la suerte de compartir aulas de clases, risas y copas de vino. Aquellos a quienes, si se les diera una oportunidad, quizá  podrían cambiar la forma de ver nuestra literatura.

¿Vamos?

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