El Nuevo paraíso de Raúl Altamar


Javier Stanziola_ Perfil Casi literalQuisiera escribir una reseña sobre el nuevo libro Nuevo paraíso, que el artista panameño Raúl Altamar lanzará la próxima semana. Pero hay un sonsonete que tengo que decodificar antes de hacerlo. Y es que leer este nuevo texto de Altamar es entrar en el tañido cerebro de uno de los pocos artistas-artistas que conozco.

En 2014 trabajé por un año como director de uno de los departamentos del Instituto (ahora Ministerio) de Cultura de Panamá. La experiencia fue tan dolorosa que parió lo imposible: establecí varias amistades a pesar de mi alta edad. Quizá por la decepción y frustración colectiva —que sufrimos un grupo de soñadores intentando ser funcionarios de una entidad que a pocos importa— los vínculos que forjé con algunos de ellos se han mantenido y evolucionado.

Entre estos partos está Raúl Altamar. Lector empedernido, pueda que lo encuentres en un restaurante de la ciudad con una cuchara en una mano y un libro abierto en la otra. No me lo ha dicho, pero estoy convencido de que se ha leído todos los libros que han sido publicados en inglés (del Reino Unido) y en español (particularmente de Panamá) y que tiene una reseña escrita sobre todos ellos en su computadora o en algún cuaderno. Es músico, curador de galerías y museos, editor, presentador de eventos, director de comunicación de empresas que juegan con dios y con el diablo y, por supuesto, escritor.

Avenger cultural, Raúl asiste a todos los eventos artísticos que se programan en Panamá aunque ocurran el mismo día y a la misma hora. Su cualidad más estruendosa es esa capacidad de encontrar belleza en todo lo que ve y en todas las personas que conoce. A la vez, es crujientemente crudo con sus observaciones sobre las falencias de las personas y las cosas que le rodean. Todas las críticas que ha hecho sobre mis ideas, textos o propuestas artísticas fueron a la vez hirientes y dadas con elegancia y precisión. Y por esa razón siguen informando lo que hago.

Recuerdo la noche de galerías cuando compartió conmigo que estaba cocinando Nuevo paraíso. Me habló de la necesidad de escribir desde la perspectiva de las mujeres. Yo le respondí, sin elegancia, lo que ya mi hijo pre-adolescente me venía enseñando: desde el poder, nunca podrás entender lo que no eres. Estoy seguro de que Raúl consideró mi comentario por un milisegundo pero luego siguió contándome con gusto sobre su proyecto. Un año después me envió el borrador de Nuevo paraíso, que luego se convertiría en finalista del Concurso Nacional de Literatura de Panamá en 2020. Mientras leía las primeras páginas, un murmullo no me dejaba sentir lo que la novela estaba tratando de mostrar. En mi mente repicaba incesante la pregunta de si el artista-artista había logrado realmente hilar un texto desde la perspectiva de una mujer, la de su protagonista, Wendy.

Desde el principio es aparente que la novela pasa la prueba de Bechdel. La trama involucra al menos dos personajes femeninos, las cuales se hablan entre ellas y sobre algo distinto a un hombre. Wendy es una profesional eficiente y de gran corazón del sector inmobiliario que tendrá que redefinirse luego de estar involucrada indirectamente en un fraude que termina en un catastrófico derrumbe físico y emocional. La protagonista tiene un interés romántico, pero las dinámicas de esta relación ilustran más que nada el alma transitista panameña y las miles de personas de otros países que han probado la muy metálica xenofobia criolla.

El runrún necio de si Raúl Altamar había logrado o no la perspectiva femenina lo mató el mismo consejo de mi hijo, ya adolescente, y concluí que no tengo la capacidad para evaluar algo como eso.  Libre de esa atadura producto de mi propio machismo en marchito, pude apreciar que el tono de la novela, las perspectivas de los peculiares personajes que pasan por el camino de Wendy y la visión del Panamá de clase media alta y élite están salpicados de la empatía profunda que tiene su autor por todos los seres humanos. La montaña rusa de emociones y vivencias que compartimos con Wendy muestran las multitudes culturales de un país que —los políticos han insistido en hacernos creer— emite un solo sonido. Y todas las falencias individuales de los personajes y del modelo económico que habitan son narradas con ese mismo chirrido hiriente que solo suena bien por su elegancia, precisión y fino son.

Conocedor del comportamiento humano, Altamar no convierte a Wendy en un cliché de Eat Pray Love, aunque juegue peligrosamente con esta fórmula comercial. En su lugar, nos hace ver que mientras más vueltas damos en la montaña rusa que es Panamá, más tonadas que teníamos en mute comienzan a cobrar vida.

[Foto de portada: Instagram de Raúl Altamar Arias]

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