Divide et impera es una frase atribuida a Julio César, aunque se dice que como tal no aparece en ninguna de sus obras. Otros dicen que se puede encontrar entre líneas en El arte de la guerra de Sun Tzu o en El Príncipe de Nicolás Maquiavelo.
Lo real es que ha sido una táctica de muchos. El «divide y vencerás» forma parte del llamado síndrome del César, donde el líder está convencido que dividiendo y enfrentando tendrá el máximo provecho. Las consecuencias no se dejan esperar. En esa lucha se resta y esto solo hace crecer el individualismo, la desconfianza, las guerras de poder, los proyectos que nunca pasan de ser proyectos, el bloqueo de iniciativas y, en general, desata una cadena de conflictos a causa de la ambición y el anhelo del poder absoluto.
Dicen por ahí que ninguno de los genios militares de la historia conocía la matemática capaz de demostrar que la simple división de la fuerza enemiga conducía a la victoria. Al final lo que resulta es un tremendo caos y es precisamente ese caos el que se vuelve una oportunidad.
Con ese tipo de división inició Honduras este año y su nuevo gobierno dirigido por Xiomara Castro, un país que se acostumbró a las divisiones y a los pleitos de mercaderes, y donde el Partido Nacional no quiere dejar los beneficios que otorga el poder. Después de tantos años de control, dejarlo no ha de ser fácil. Y si no puedes ser parte, entonces divide.
Los primeros meses del año fueron toda una telenovela donde el Congreso Nacional se mantuvo con dos presidentes creando caos. Uno de ellos, Jorge Cálix, es pupilo del expresidente Manuel Zelaya, quien a su vez es esposo de la actual presidente Xiomara Castro. Pero Cálix, además de ser pupilo de Zelaya, también es familiar del expresidente Juan Orlando Hernández, que será extraditado a Estados Unidos por narcotráfico.
Como podemos ver, una casa dividida y con grandes intereses bajo la mesa donde todavía impera el poder y la sombra de la corrupción, incluso dentro del propio partido de gobierno.
Bajo ese panorama de instituciones en quiebra, organismos con muy mala credibilidad y los restos del cadáver en que dejó al país el expresidente Hernández, la presidente Castro tiene un terrible camino por recorrer. Se le hará cuesta arriba lograr un poco de estabilidad, conciliar a todos aquellos que quieren parte del pastel y, sobre todo, lograr un equilibrio con los nombramientos, algunos de los cuales han sido desaciertos y hasta resultan controversiales por lo que significan para el pueblo. A esto hay que sumarle todos los compromisos que seguramente se negociaron bajo la mesa.
Ojalá la historia cambie, pero con un Zelaya metiendo mano para negociar con la oposición corrupta con quien siempre ha tenido nexos, con una clase política que solo busca favorecer sus propios intereses y una empresa privada de doble moral, el camino estará lleno de piedras.
Fuera del placer que me resulta el hecho de que sea una mujer la primera en llegar a la presidencia de un país eminentemente machista —con una clase política prominentemente masculina y ambiciosa del poder absoluto, y con un largo historial de corrupción y de abuso de poder hacia las mujeres—, es de lamentar que le ha tocado en una época de gran ruina y corrupción.
Xiomara Castro tiene un camino muy difícil para lograr por lo menos un poco de estabilidad. Todas las miradas reposarán sobre sus decisiones y si fracasa muchos se lo atribuirán injustamente al hecho de ser mujer, olvidando que ha llegado con muchos obstáculos y divisiones internas. Esperemos que aquellos que intentan dividir no logren vencer y no tengamos más de lo mismo.
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