En 2010, en Honduras, desde lo que llamamos «Espacio refundacional» del FNRP al calor de la lucha para revertir el golpe de Estado, señalamos que la ruta para alcanzar el poder»» debía ser una Asamblea Nacional Constituyente, originaria, democrática, representativa y popular; y que el camino para lograrlo era un partido menos caudillista e intolerante, más cercano a las luchas populares y al diálogo.
Se nos acusó entonces de todo. Recuerdo cómo, por ejemplo, a Berta Cáceres se le abucheó en una asamblea en el Central Vicente Cáceres porque, según decían, «no entendía la política». Se nos dijo que el camino era confiar en Mel Zelaya y ese argumento terminó imponiéndose con maniobras antidemocráticas.
Se creó entonces el Partido Libre y se metió a políticos de la calaña de Esdras Amado López, David Romero Ellner y otros que después cayeron en desgracia cuando se mostraron como en realidad eran y osaron confrontar la autoridad del cacique.
Nunca he militado en el Partido Libre a pesar de comprender que es en esa institución política en donde tengo mayor cercanía de ideas, y ha sido porque no puedo fingir que no conozco quiénes son el Chele Castro, Adán Funez o Jorge Cálix. Sí, desde que era suplente de Beatriz Valle venimos señalando que Cálix era un gallo tapado, un político oportunista que estaba dispuesto a hacer o decir lo que fuera para alcanzar el poder. Pero se le dejó crecer porque tenía un buen rating de audiencia en las redes sociales y la gente celebraba sus tonteras en los foros televisivos. Bastaba ver quién era suplente de Cálix para saber quién estaba detrás de su carrera política, quién pagaba las campañas, las apariciones en los foros, esa cercanía con Mauricio Oliva, su parentesco con Hilda Hernández, para saber de qué pata cojeaba; pero se ignoró todo eso porque había que confiar en el líder.
Jorge Cálix, Beatriz Valle, el chele Castro y todos los que hoy traicionaron al partido son creaciones de Mel Zelaya. Él los creó, él les dio el lugar que alcanzaron imponiéndolos sobre otros líderes porque le era conveniente al partido.
Luego llegó la alianza con Salvador Nasralla, la de 2017 y la de ahora, que señalamos desde un inicio (y lo sostengo incluso ahora) como una bomba de tiempo en espera para desatar la próxima crisis institucional. Nadie que se entienda revolucionario puede creer que la solución a los problemas del país van a venir de alguien como Salvador Nasralla y su gente. Su proyecto es distinto al del pueblo que compone Libre y eventualmente, tarde o temprano, entrará en conflicto. Nuevamente, al decir esto, se nos atacó y se nos dijo que debíamos confiar en el líder.
Ahora todos esos errores que el partido ha venido arrastrando durante diez años salen a luz, el peligro de convertir una demanda del pueblo en una finca familiar donde se marginaba cualquier discurso contrario a los objetivos del líder, donde se atacaba y se acusaba de traidor a cualquier figura que osara levantar la cabeza exigiendo una mayor cuota de poder.
La inmadurez de gestionar las crisis internas y externas han sido la génesis de los problemas que hoy enfrenta el partido, y el abuso de la movilización popular para ejercer presión solo aumenta el problema porque la fuerza aplasta, pero no convence.
Nuevamente los errores que nos metieron en crisis en 2009 nos arrastran a otra crisis. Nuevamente las fuerzas contrarias al proyecto del pueblo conspiran para aprovechar las divisiones internas para hacer fracasar un proyecto que movilizó las esperanzas de millones de hondureños. Xiomara Castro debe arrancar dentro de pocos días un gobierno con grandes retos. El país que recibe está en una profunda crisis y necesita, con urgencia, mediar entre los distintos actores en pugna por el control de recursos del país y lograr desde allí alcanzar un proyecto popular. La movilización de la base le dará legitimidad, pero no le servirá para consensuar los cambios que necesita. No se pudo en 2009 ni se podrá ahora.
Más le convendría a Xiomara Castro y sus cercanos colaboradores dejar de escuchar a aquellas voces incendiarias que poco tienen para ofrecer en el gobierno. Gobernar y tomarse una calle son dos cosas muy distintas y ahora lo estamos viendo.
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