Al ver la entrada, por momentos da la impresión de ser una vieja estación de tren abandonada de un pueblo del que todos desean salir y nadie quiere llegar. Impacta e intimida estar de frente a una de las puertas que llevaron a miles de personas al horror. Al pasar la puerta y ver esas letras terroríficas que rezan Jedem das Seine (A cada uno lo suyo), el impacto es mayor. Es para verlas durante un tiempo y saber si pueden dar respuesta a la interrogante de qué es el lugar al cual coronan. Es necesario recostarse en la pared y tomar fuerza, respirar varias veces y tener el valor de continuar. Dar unos pasos y tener frente a mí el espectáculo grotesco del área donde estuvieron los barracones vuelve a golpear y el cansancio es mayor. ¡Qué desolador! Es lo único que he logrado decir al tener todo eso frente a mí. El segundo impacto.
Allí dentro, las palabras y explicaciones sobran. Con cada paso parece que alguien coloca un peso enorme en mi espalda y al continuar lo voy dejando poco a poco. Cada paso da la sensación de tener mayor fatiga. No han sido ni cien metros los recorridos y pareciera que son años los que llevo dentro, tratando de avanzar hacia algún lugar.
Otro golpe es ver la chimenea del horno crematorio. Es un lugar donde el silencio es denso. Pareciera que este espacio está lleno de cenizas invisibles. Me hace pensar que allí la tristeza humana se abraza y trata de entender tanta estupidez. Los hornos crematorios están descansando, ya no serán utilizados y la pena que transmiten es de arrepentimiento, una forma de decir que fueron obligados a ser parte de la barbarie.
La lluvia ha sido la compañera en todo el recorrido, me da la impresión que es un lugar que necesita del agua para limpiarse. En muchas partes he visto flores, aún estando juntas parecieran solas, separadas y desamparadas, tienen una lucha constante contra la muerte que respira en mi espalda. Espacios como Buchenwald, donde el desconsuelo está en todos lados, también de una forma paradójica permiten que limpiemos la mente y dejemos nuestros pesares en cada centímetro recorrido.
Hay muchos árboles, los he visto luchar y abatirse por un viento inexistente, tratan a cada instante de purificar el aire. El olor es añejo y desgastado. Así se respira al aire libre, al estar dentro de la sala de disecciones, por ejemplo, en cada inhalación pareciese que la nariz recibe un golpe que termina en los pulmones y los carga de recuerdos.
En un momento sentí que había visto demasiado, consideré que fue suficiente. Las piernas me pesaban, los ojos por momentos soltaron alguna lágrima escondida bajo la lluvia para poder irse sola y ayudar a que en ese suelo algún día crezcan rosas. Al emprender el camino de regreso apremiaba salir, existía una cierta prisa por irme, pero los pasos fueron lentos. Ver a lo lejos la salida y saber que esa noche no dormiré allí, que la sinrazón seguirá allí dentro de una forma simbólica, me dio tranquilidad. La extenuación era inmensa, pero igualmente el sentimiento de ligereza era enorme. Al cruzar la puerta para salir me dio la sensación de que alguien que no pudo salir me agradecía haberlo hecho por él.
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Los que te conocemos sabemos el profundo mensaje que tiene lo que escribiste, es ciertamente la verdad y la cruda realidad, lo se por haberlo vivido en espiritu y en sensaciones que muchas veces son inexplicables para nuestra humana naturaleza