Recuerdo la primera vez que leí Edipo rey de Sófocles. No llegaba a los quince años y para mi cerebro en plena poda la obra comenzaba y terminaba en incesto. Con la guía de mi profesora de literatura pude salir un poco de mi primitivismo cerebral y comenzar a ver el borroso fantasma del determinismo. Para los griegos, nos explicaba la profe, los humanos somos víctimas de mandatos de dioses semicaprichosos. Sófocles nos quería dar una lección: sucumbe a tu destino.
Mis profesores en la universidad planteaban que Sófocles no estaba hablando de destinos inexorables, sino de la naturaleza humana. Como la masa biológica hipersocial que somos, nos entregamos a profecías que acarrean su propio cumplimiento. En economía, las profecías de caídas de inversión afectan a diario la volátil mente de las personas que conforman el mercado de inversiones. Es suficiente que algún gurú diga que los mercados colapsarán para que los precios se desplomen. No es necesario ver evidencia de una baja en actividad económica, pues con la profecía basta.
Igual pasa en Latinoamérica con la profecía de los ministerios inútiles. Los anuncios de nuevos ministerios son recibidos con el canto de que solo servirán para aumentar la planilla estatal con personas allegadas al partido en el poder. Inevitablemente, el nuevo ministerio manejará de forma ineficiente y corrupta todo cuanto haga. Pero como hizo Edipo y su padre antes que él, hay que desafiar a los no tan bien informados o no tan bien intencionados adivinos.
Hace una semana el presidente de Panamá, Laurentino Cortizo, prometió nuevamente que creará el Ministerio de la Mujer. Este anuncio fue recibido con furia por algunos adivinos en el oráculo moderno de Twitter.
Sin duda, un sistema democrático saludable exige transparencia por medio de consultas, monitoreo y evaluación de todo lo que nuestros gobiernos hagan. Pero otra cosa es suponer a priori que los ministerios son un gasto innecesario en un sistema económico como el nuestro. Al contrario, son la herramienta más eficiente para coordinar estrategias a nivel nacional y de largo plazo sobre problemas que requieren del aporte de grandes multitudes en conflicto. Como nos dice la economista Mariana Mazzucato, estas instituciones públicas son imprescindibles para asegurarnos de que el valor público sea lo que motive la creación de la riqueza privada.
Más allá del rol general de los ministerios está la necesidad específica de uno para las mujeres. Como apunta la doctora Nelva Araúz Reyes, experta en género y derechos humanos, esta necesidad «obedece a una razón de justicia, ubicar las demandas de las mujeres en el mismo nivel jerárquico que otros actores del poder público, facilitando que se pueda incidir y transversalizar la perspectiva de género en todos los demás ministerios que llevan a cabo las acciones del Estado. El Ministerio de la Mujer permitiría elevar las demandas de las mujeres, teniendo presencia, voz y voto de forma directa en la mesa de más alto nivel de generación de decisiones y políticas públicas del país, como lo es el Consejo de Gabinete».
En efecto, durante investigaciones que realicé con la doctora Araúz Reyes pude ver cómo países con sólidos movimientos sociales de mujeres, organizaciones sin fines de lucro y un buen armado Ministerio de la Mujer lograron disminuir el efecto económico y de violencia de género durante la pandemia. En lugar de profecías edípicas, propongo una donde vemos un Ministerio de la Mujer que se ha convertido en un centro de excelencia en el diseño de políticas públicas innovadoras que ayudan a atender las necesidades de la mitad de la población. ¡Qué se cumpla el oráculo!
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