En 2014, Yemen, un no tan pequeño país de la Península Arábica, se sumergió en una cruenta guerra civil que se ha llevado la vida de al menos 60 mil personas. Hace más o menos una semana se anunció el comienzo de diálogos entre los bandos contrarios para, en última instancia, concretar un proceso de paz. Sucede que Yemen es una nación pobre (en el sentido más literal que se pueda tener de esa palabra) y los que pagan la guerra se han aburrido del pozo sin fondo en que esta se ha convertido.
El conflicto tiene sus características especiales, primero porque se pelea a tres bandos y, hasta hace poco, era a cuatro. Ahondar en los detalles no tiene sentido porque hacerlo de forma objetiva me llevaría más de una cuartilla y porque información de eso ya hay en internet: basta con escribir “Yemen” en Google.
Pero para hacer un resumen mediocre solo debemos decir que hay una gente apoyada por Arabia Saudita, unos a los que Arabia Saudita no quiere ni ver, otros que no quieren tener nada que ver con los dos primeros grupos, y, como cuarto bando, nada más y nada menos que Al Qaeda (aunque este último se ha visto reducido hasta casi su extinción en la zona).
¿Y por qué la mención especial a Arabia Saudita? Básicamente porque el gobierno de este país es el que se hartó de botar dinero en una guerra que se les está volviendo eterna. Durante la exorbitante baja del precio del barril de petróleo del año pasado y, por consecuencia, el decrecimiento de la economía saudí, se dieron cuenta de que esa guerra en el sur les estaba saliendo demasiado cara.
Resulta curioso cómo personas con ganas de matarse tengan que tragarse dichas ganas ante la falta de fondos, pues hasta para matarse hace falta dinero. Pero esta situación está generando dudas, pues la paz de cartón que están armando se hace a regañadientes. Los conflictos de fondo no se han resuelto, no se han intentado resolver y, lo peor, parece que ni siquiera importan.
¿Hasta dónde puede una billetera cerrada calmar la barbarie? Dicha cuestión puede que se vea respondida dentro de poco, pero algo parece ser casi poético, y es el hecho de que se firme una paz de cartón para finalizar una guerra que nunca le importó a nadie.
Toda la situación, parafraseando a Camus, «Es una muestra de quienes hacen la historia y los que la sufren». Los hospitales, calles, escuelas y demás infraestructura permanecen destruidos y las vidas perdidas hoy parecen haber sido en vano. Una especie de chiste sin gracia. Una guerra cuyos muertos nadie (fuera de sus fronteras) lloró ni llorará.
De esta guerra nunca harán películas hollywoodenses o documentales. Una guerra que parece «terminar» para que Yemen pase a ser un país en «paz» cuya gente se masacra entre sí. Pero, siendo sinceros, a este lado del charco, ¿a quién le importa?
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