Cada sermón de infancia venía acompañado de comparaciones humillantes. Y para compararnos no había mayor ejemplo de la virtud de Aarón.
Aarón, el hijo más pequeño de doña Tere —la viuda que vivía en la casa de esquina— era un niño silencioso que encantaba a todas las mamás del barrio. Educado, limpio y serio, siempre acompañaba a su madre y nos pedía de manera atenta que no pateáramos la pelota cuando ellos iban pasando.
La madre del chico jamás le permitió que jugara con nosotros, lo que hacía de Aarón un verdadero marginado, un buen muchacho apartado del resto de patanes que, como tantos y tantos otros niños, crecíamos a la intemperie en una época en que aún era posible tal cosa en Guatemala.Crecimos y nos convertimos en adolescentes difíciles. En mi caso, odiaba ir a estudiar y mi conducta en el colegio era reprobable. No tardé en conseguir novia y eso agravó mi mala fama. Mis amigos no distaban mucho de mí: todos eran pésimos estudiantes y uno que otro empezaba a beber o a fumar. Pero Aarón no, él seguía acompañando a su madre a la iglesia evangélica que estaba cerca del campo de fútbol de la colonia.
Poco después Aarón era el líder del grupo de jóvenes cristianos que se reunían el sábado en la casa de unas guapas hermanitas, nietas de la señora de la tienda. Una vez fui por mera curiosidad. Allí aquel muchacho se comportaba como en su salsa. Era elocuente y dedicado a su labor. Desde entonces me resultó simpático, a pesar de mantener una distancia infranqueable con mi apariencia y terrible reputación de patán de esquina.
No supe más de Aarón hasta veinte años después, cuando me enteré por un amigo de infancia, que aquel chico ejemplar estaba en la cárcel. Resulta que Aarón fue hallado culpable de violar a tres niños. Los esperó en las puertas de una escuela pública de la Zona 7 de la Ciudad de Guatemala, abusó de ellos adentro de su vehículo y los dejó abandonados en un terreno baldío cercano al lugar del delito. Los investigadores encontraron en su casa ropa interior y CD’s con pornografía infantil, suficiente evidencia. Su madre, Doña Tere, hasta la fecha dice que ella nunca supo nada, que su hijo parecía un verdadero siervo de Dios.
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