Día con día me encuentro con lectores que repasan los diarios impresos o digitales sin detenerse en otra cosa que no sean las fotografías. Creo que son pocas las personas que leen de principio a fin las notas de prensa, la mayoría entiende la noticia por medio de la imagen expuesta. Los medios cuentan con más lectores de imágenes que de textos.
Los periodistas gráficos dejan a la posteridad un registro histórico sumamente valioso. Todo aquello que no puede decirse en las columnas de opinión ni en los reportajes escritos es atrapado con la instantánea voracidad de un flash. En la concisión de la imagen se contienen más verdades que en un libro de mil páginas porque la fotografía devela un diagnóstico social directo y sin rodeos.
Las fotografías no pueden silenciarse. La crudeza de una imagen puede transformar en noticia algo cotidiano. Es el punto en el cual el talento artístico se aúna con la realidad que lo rodea. El documento gráfico perpetúa la condición humana aportándole una fuerte dosis de poesía, siempre y cuando quien lo registre con su cámara sea capaz de sentir empatía con el dolor que revelan sus imágenes. Otro es el caso del amarillismo puro y la pornografía de la miseria, la búsqueda oportunista del impacto, algo que lamentablemente es muy recurrente en la más baja escala del cinismo mediático.
La historia contemporánea se escribe con imágenes. Es una manera de interpretar la sociedad en que vivimos dándole trascendencia a lo que podría escapar de las palabras. Sin embargo es la mirada detrás de la lente la que permite el acceso a esa verdad.
Quizá en la frontera entre lo que debe y no debe mostrarse se encuentra cierta ética periodística. A partir de las imágenes en los diarios se evidencia cuánto prejuicio subsiste en las sociedades que las consumen. Un mensaje de odio puede venir inserto detrás de una humillante verdad.
†