Libros para Niños: Centroamérica agotó su creatividad… ¿en serio?


LeoEl pasado 20 de mayo, el proyecto Libros para Niños publicó el veredicto del Cuarto Concurso Centroamericano de Literatura Infantil, cofinanciado por la Unión Europea y Brot für die Welt, y con colaboración de Bibliotecas Comunitarias Riecken, en Honduras; el Centro Cultural de España, en Guatemala; el Centro Cultura de España, en El Salvador; y la Biblioteca Nacional de Panamá «Ernesto J. Castillero R».

Una nota de prensa oficial que llegó al editor de esta revista informaba que la cuarta edición del certamen recibió más de 150 obras, de las cuales, según el jurado calificador, ninguna cumplía con las calidades necesarias para erguirse como triunfadora. Contradictoriamente, el jurado calificador dio dos menciones honoríficas a dos de los textos y sugirió a la organización Libros para Niños que, de decidirse, podría editar esos dos textos y publicarlos.

El jurado calificador estuvo conformado por académicos de las letras con especialidades en literatura infantil: el salvadoreño Francisco Allwood, educador y especialista en literatura; Gloria Hernández, autora guatemalteca y Premio Nacional de Literatura Miguel Ángel Asturias; Hazel Hernández Astorga, representante de IBBY, de Costa Rica; Gabriela Tellería Picón, editora de literatura nicaragüense;  el autor, mediador y especialista de literatura juvenil venezolano, Fredy Gonçalvo; y el cubano-estadounidense Sergio Adricain, autor y especialista de literatura infantil y juvenil.

Hasta aquí me he limitado a dar información indispensable para comprender el sentido de este texto. Ciertamente, el primer punto cuestionable es la existencia de certámenes literarios, porque es muy difícil dilucidar hasta qué punto una obra puede ser considerada literaria. Por supuesto que esto no obliga a usar la etiqueta de «literario» para cualquier texto, principalmente si el resultado que se obtiene tan solo es un balbuceo literario. Pero con todo y eso, ¿con qué criterio los miembros del jurado —no de este caso en particular, sino de cualquier certamen literario— tiene las calidades para definir qué es y qué no es literatura sin que intervengan en sus juicios apreciaciones puramente subjetivistas? De ahí que, lo que objetivamente pueda considerarse una obra literaria, termine siendo sólo un reflejo de lo que los mismos jueces crean que es una obra tal.

Otro punto que quiero resaltar es que, de un total de 155 obras, ninguna de ellas, según criterio del jurado, reunía las calidades para ser premiada. En este aspecto quiero hacer especial énfasis en la estadística: estamos hablando de un certamen al que acuden 155 personas, un número bastante significativo para la región; y de esa muestra considerable, ninguna obra reúne las características para entrar en el parnaso centroamericano. Si bien es cierto que hoy —y por otros factores extraliterarios— la literatura de nuestra región no tiene un lugar preponderante dentro de la literatura mundial, también lo es que países como Guatemala, El Salvador y Nicaragua han forjado una tradición literaria que no ha surgido por generación espontánea.

Entonces me sorprende mucho que, entre 155 propuestas, ni una sola cumpla con los requerimientos mínimos. No digo que esto no pueda ser posible, sólo lo cuestiono. Ante un panorama tan desolador como el anunciado por el jurado calificador, una de dos: o nuestros autores de literatura infantil transitan en una total ineptitud para producir creación literaria; o los mismos miembros del jurado tienen estándares demasiado altos para los simples mortales que aspiran garabatear un texto literario.

Por supuesto que ni el jurado ni la institución organizadora ni los patrocinadores y colaboradores están obligados a premiar ninguna de las propuestas, principalmente si en las mismas bases se ha aclarado que el evento puede declararse desierto. Ahora bien, declarar desierto un concurso literario es una gran responsabilidad para el jurado calificador porque implica que, como especialistas, deben tener argumentos bien claros, objetivos y contundentes para descalificar todas las propuestas presentadas. Sin embargo, los argumentos expresados —por lo menos en los medios públicos— no son claros ni específicos; más bien son demasiado generales.

Desde su punto de vista, ninguna de las obras presentadas reunía «la calidad y desarrollo suficiente para ser premiada con el primer lugar», para después decir que «no se encontró un material redondo, suficientemente acabado, que sobresaliera suficientemente sobre los demás como en las anteriores ediciones». Y yo, desde mi humilde ignorancia, me pregunto: ¿a qué se refiere con esto de un «material redondo»? ¿Cómo es un material que no ha sido «suficientemente acabado»? ¿En qué se puede basar el jurado calificador de Libros para Niños para expresar esta afirmación?

Sin duda tienen sus razones, no lo niego, y tampoco dudo de su experticia. Sin embargo, cuando hay dinero de por medio —un premio de mil dólares—, intereses y condicionantes de los patrocinadores, los argumentos deben ser lo suficientemente claros no sólo para los participantes y organizadores, sino para el público en general. Dos o tres argumentos vagos no explican con exactitud qué pasó en el certamen y evitan que se pongan en tela de juicio los criterios del jurado calificador.

En otro apartado, el mismo jurado de Libros para Niños afirma tajantemente que sólo dos de las obras, a las cuales les dieron mención honorífica, se acercaron a los estándares requeridos para obtener el premio. Y yo me pregunto: ¿esos estándares fueron publicados en algún lugar? Evidentemente existió una convocatoria donde aparecen las bases del certamen, pero lo único que se lee en relación con los «estándares requeridos» era presentar un trabajo entre dos y cuatro cuartillas a doble espacio, entre otros requerimientos formales que mal recuerdo. En ningún momento se enumeraron estándares de calidad que las obras literarias propuestas deben presentar.

La representante de Libros para Niños y organizadora del certamen, Gloria Carrión, sugiere, además, que los centroamericanos «leamos, investiguemos y conozcamos más sobre el desarrollo de la literatura infantil en el mundo», justificación que queda como anillo al dedo, pero que valorándola profundamente parece obedecer a parámetros de otras realidades distintas a las de nuestra tradición literaria. Igual de contradictorio resulta que, dentro de las mismas bases, se explique que el ganador será editado y publicado al pasar un año del fallo, pero que el mismo jurado sugiera que pueda considerarse la publicación de los dos trabajos a quienes se les hizo una mención especial siempre y cuando se les edite los textos. Esto hace parecer, entonces, que el trabajo ganador debería traer de adelantado una excelencia formal que le ahorre el trabajo al editor.

En resumen, lo que quiero expresar es que cualquier fallo del jurado calificador es respetable siempre y cuando sea claro y muy bien argumentado, de modo que no deje vacíos ni dudas del porqué se ha tomado la decisión de declararlo desierto.

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