Instrucciones para protestar


Uriel Quesada perfil Casi literal 2Si algo caracteriza estos tiempos es la dificultad para escuchar a quienes tienen una opinión contraria a la nuestra. Quizás el momento de inflexión en Estados Unidos fue la candidatura de Donald Trump de 2016, pero el caldo de cultivo ya estaba ahí desde mucho antes con ideólogos de la ultraderecha como Rush Limbaugh. Las nuevas reglas establecían dos principios: la verdad se encuentra en el enunciado mismo y el opuesto nunca tiene un argumento atendible. Una de las consecuencias de esa forma binaria de afrontar la realidad se puede encontrar en la percepción de las protestas estudiantiles. Se criminaliza a los muchachos, se le reclama que no sean agradecidos con las instituciones —incluyendo sus familias— y, para rematar, se les acusa de actuar influenciados por perversos poderes externos dispuestos a destruir la forma de vida conocida y aceptada por todos. El rol de infiltrados que antes se atribuía al Partido comunista ahora lo ocupan millonarios como George Soros.

En este momento, paradójicamente, los estudiantes se han vuelto una versión del otro, sujetos que no siguen las supuestas normas de la protesta o el activismo, lo cual quiere decir que no se ajustan a un marco ya establecido que les da a las instituciones; y al aparato estatal, pleno control sobre las palabras y actos de los jóvenes.

Quizá una de las cosas más perturbadoras para muchos es darse cuenta de que los estudiantes tienen agencia y que, si bien pueden existir fuerzas externas, ellos son capaces de pensar por sí mismos y enfrentarse a una situación que excede los marcos de las universidades americanas.

Algunos comentaristas tratan de establecer lazos con grandes movimientos estudiantiles de décadas atrás. Ese ejercicio de la nostalgia es inútil e injusto. Por una parte, las condiciones sociales y culturales han cambiado mucho. Por otra parte, una de las maravillas de la juventud es sentir el aquí y ahora como un mundo propio, y lanzarse a su descubrimiento libre de las cargas del pasado. Sucesos como la guerra en Gaza no son aislados; de una manera que talvez los adultos no podemos percibir, se relacionan con otros reclamos y frustraciones, con un futuro incierto y con condiciones económicas y sociales adversas. La protesta es una expresión de hastío que en estos momentos aborda los horrores en Gaza, pero que puede tomar otros derroteros en los próximos meses.

NPR, la radio pública, ha publicado hace poco una especie de manual sobre cómo actuar durante una protesta. La primera recomendación es familiarizarse con los derechos constitucionales. La segunda, conocer otros derechos, esta vez a nivel estatal o local. La tercera se refiere a los distintos niveles de interacción con la policía: conversación, captura y arresto.  La cuarta se refiere a cómo evitar auto incriminarse; y la última, qué hacer si la policía quiere efectuar un cacheo. La nota cierra con una advertencia: puede ser que, a pesar de todo, nuestros derechos civiles sean violados. En ese caso, hay que «tener esperanza» de que el sistema judicial reconozca la violación y valide los derechos. ¿Cuál es el manual que siguen los muchachos? ¿Será acaso el valor de irrumpir y presionar a las instituciones educativas hasta ponerlas contra las cuerdas? Nuestros estudiantes se han convertido en un misterio para muchos de quienes creían conocerlos bien.

Y mientras el largo verano empieza en el hemisferio norte, la esperanza es que los jóvenes vuelvan a sus casas y se olviden de lo ocurrido este año lectivo y de las movilizaciones que llevaron a cabo con mayor o menor éxito. Yo lo dudo.

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