Hay quienes afirman categóricamente que el realismo mata al arte, pero esto no deja de ser una aseveración demasiado subjetiva y poco consistente que cuestionaría gran parte del arte figurativo producido a partir del Renacimiento hasta bien entrado el siglo XX. En lo personal y quizá yendo un poco contra la contracorriente que exalta lo no figurativo, la abstracción y el minimalismo en el arte, no sería tan tajante y tan fundamentalista en esta afirmación. En todo caso, estaría más propenso a pensar que el realismo está más próximo a un estilo y una poética particular a través de la cual se puede llegar a la apreciación estética —al respecto de la apreciación estética, sería un tema que requeriría un tratamiento específico en otro texto—, tanto como lo consigue cualquier forma de abstraccionismo o reduccionismo dentro del arte.
Pero no cabe duda, por otro lado, de que el arte es esencialmente un artificio, una creación humana, una invención simbólica y, por tanto, tiene algo de “mentira”, de acartonamiento, de construcción independiente de la realidad. No se puede pretender que la obra de arte presente la realidad en bruto, es decir, que exista una correspondencia exacta y precisa entre todas y cada una de las dimensiones que conforman tanto a la una como a la otra. Tampoco se puede obviar que tanto la realidad como la obra de arte, aunque tengan puntos comunes, se rigen por principios distintos y reglas propias. Cualquier intento por verter en la obra de arte un reflejo fidedigno y exactísimo de la realidad ha dado al traste. Los resultados han llegado a ser, en numerosos casos, deplorables expresiones de abusos que han llevado a los movimientos artísticos alineados al realismo a su debacle, como ha sucedido lo mismo con los abusos en las corrientes artísticas que se alejan del arte figurativo, entre ellas el barroco y el manierismo, por citar algunos ejemplos.
Uno de los resultados notables de estos excesos es la dialéctica existente entre las corrientes que se suceden y oponen a lo largo de la historia del arte y que han permitido la saludable mudanza a partir de la dinámica dialógica del arte. Sin embargo, más allá de una perspectiva diacrónica, cualquier abuso, como sucede con los excesos del realismo, pueden llegar a convertirse en verdaderas transgresiones del arte. En otras palabras, la realidad bruta puede llegar a ser tan prosaica que, en un intento de mimetizarla cual si fuese una fotografía, podría llegar a asesinar la expresividad. Para entender mejor mi postura, es necesario distinguir dos conceptos que atañen directamente a la dicotomía entre realidad y obra de arte. Me refiero a las categorías de cotidianeidad y extra-cotidianeidad, extraídas de mis incursiones y lecturas relacionadas con la antropología teatral propuesta por Eugenio Barba, pero que pueden aplicarse a diversas esferas, si no a todas las disciplinas del arte.
Vamos a tratar de explicarnos. En la realidad predomina el principio de la cotidianeidad, es decir, las cosas se manifiestan de manera natural, sin causar novedad y extrañeza ante los sentidos del ser humano. De hecho, el conjunto de fenómenos y manifestaciones de la realidad que llegan a percibirse con “ojos renovados” son aquellos que no son habituales al observador. De esta manera, para citar algún ejemplo, puede que en una persona que no vive cerca del mar, tener la oportunidad de apreciar el mar bravío del atardecer le puede provocar una sensación y un sentimiento distinto de quien está acostumbrado a esta experiencia porque vive a la orilla del mar. Quiere decir esto que para que una experiencia de la realidad sea significativa y se convierta en materia artística necesitaría pasar por este filtro de la extra-cotidianeidad que la convierte en una vivencia única. El arte, entonces, requerirá de la experiencia humana, pero no de cualquier tipo de experiencia, sino de una vivencia significativa y depurada de todo lo que pueda ser basura en el proceso de transmisión de la expresividad.
Pero los principios de lo cotidiano y lo extra-cotidiano no solamente se vinculan a la percepción de la experiencia por parte del artista. Tienen que ver también con la materialización de la obra, por lo que atañen también y principalmente a los medios expresivos. Desde este punto de vista, no hay que olvidar que el artista es creador de realidades materiales, si se quiere, creador de símbolos estéticos. Pero estas realidades y estos símbolos precisan de un soporte material sin el cual las obras no pasarían de ser elucubraciones mentales. Es por ello que el tratamiento de la extra-cotidianeidad solo puede hacerse tangible y evidente a través de la manipulación de estos medios.
Antes de proseguir, es necesario dejar claro que cualquier transposición que se pretenda hacer de la realidad a la obra de arte implica un proceso de interpretación y de “traducción” de la experiencia real a los medios expresivos. De hecho, este es el principio de arbitrariedad que se observa al cifrar un mensaje. Referente, significado y significante son dimensiones distintas, pero necesarias y complementarias. Pues bien, el proceso es análogo, si no el mismo, ante la creación estética, sea literaria, plástica, sonora o kinestésica. Esta codificación, sin duda, implicará un tratamiento especial de los medios, precisamente con la intención de explorar sus posibilidades expresivas para que hagan del arte una experiencia inolvidable y única. Podría pensarse en un arte tan próximo a la realidad como la fotografía, por citar un ejemplo. Este medio tecnológico está diseñado para mostrar la realidad tal y cual aparece al ojo humano, sin embargo, es innegable que es posible distinguir entre una fotografía artística de otra que no lo es. La manipulación de ciertas condiciones, como la cantidad de luz y sombra que un objeto recibe, la composición dentro del encuadre, el énfasis sobre ciertos elementos puede aportar un valor expresivo a la obra que, de haber pasado inadvertidas habrían generado tan solo un efecto cotidiano.
De ahí que aunque el realismo sea la bandera de la expresión artística, el tratamiento extra-cotidiano de los medios debe otorgarle un valor adicional que va más allá de lo que puede observarse en el mundo cotidiano. De hecho, aunque la obra quiera parecer espontánea y “natural”, los medios deben tratarse con sutileza y maestría de manera extra-cotidiana. El efecto artístico solo puede lograrse bajo este tratamiento, que dota a los medios de una energía vital capaz de estremecer la conciencia del espectador. De hecho, la impotencia que el artista suele encontrar en sus medios de expresión al tratar de transmitir una experiencia estética se debe a la deficiencia de los mismos medios de reproducir con exactitud la realidad. Pero es esta misma deficiencia la que tiende a la estilización de la realidad y, por consiguiente, a la creación de una experiencia única y perdurable: el arte.
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