Para ser honesta, ya había dejado de prestarles atención. Todo los días hay alguien en la televisión o en los periódicos hablando de «protección a la familia» o de nuestros «ideales cristianos» como justificación para negarle derechos o información a los demás, y como nunca he pensado que gritarle a los que gritan funcione de algo simplemente optaba por ignorarlos.
Últimamente, sin embargo, he pensado mucho en mis deberes ciudadanos, esos que interpretamos simplemente como el derecho de ir a votar pero que abarcan mucho más, como por ejemplo el derecho y la obligación de expresarnos ante nuestros gobernantes de turno.
Por esa razón no puedo dejar por un lado mi derecho y que sea otra gente la que grite. No porque ellos ganen por gritar más (ni siquiera me interesa demostrarles que su opinión no es la única) sino porque con cada día que pasa me doy cuenta de que no se puede luchar en silencio.
Yo asistí durante doce años de mi vida a una escuela católica. Allí crecí y me formé rodeada de jesuitas, asistiendo a misa y tomando clases de religión. El tono religioso que toman las cuestiones políticas en un país como Panamá no me sorprende, pero lo cuadradas que se han vueltos nuestras interpretaciones es lo más alarmante.
«La Biblia dice que el matrimonio es entre hombres y mujeres», me dicen algunos. Y sí, pero la Biblia también dice que no se puede usar ropa de dos telas diferentes, que no se puede trabajar en el Sabbat, que se puede vender a los hijos como esclavos y que no se pueden sembrar dos cosechas diferentes lado a lado, so pena de muerte. Sí: pena de muerte. La Biblia lo dice así. ¿Entonces?
Pero aquí no se trata de qué dice la Biblia, sino por qué mi interpretación particular —o la del grupo religioso al que pertenezca— tendría que ser más valida que la de los demás. Al fin y al cabo la religión esa que me enseñaron durante todos esos años tenía dos máximas importantes: ama a Dios sobre todas las cosas y ama al prójimo como a ti mismo. Sin embargo, eso de decirle al prójimo con quien se debe casar o no, va en contra de esta última idea.
La máxima que debería pesar, después de todo, ¿no tendría que ver con la tolerancia y el respeto a las ideas ajenas? No entiendo por qué hay personas que pueden utilizar la religión como escudo para su odio.
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¿Quién es Lissete E. Lanuza Sáenz?
Te comprendo. Primaria y secundaria en escuela católica, aprendiendo tolerancia y amor al prójimo para que luego venga un grupo a querer tergiversar las cosas, a quererme cambiar la imagen que tengo de Dios. Se nos olvida que nuestra religión es un concepto imaginario (igual que las demás religiones), basado en una historia imaginada adaptada a tradiciones paganas que tenían mucho rato andando (antes de que Jesús de Nazaret naciera).
Pero la historia de nuestra religión no nos la enseñan. No nos enseñan que ha sido muy exitosa en adaptarse a sus fieles. Si supiéramos eso desde la escuela o la iglesia ya habría matrimonios igualitarios hace rato…
En efecto, la Ley mosaica prescribía el cortamiento, o muerte, en muchos casos. La Ley ordenaba que los padres no debían dar a sus hijos o a sus hijas en matrimonio a grupos nacionales cuyas prácticas religiosas fueran contrarias a las de la nación de Israel (debido a que la religión de los pueblos circundantes se caracterizaba por sus sacrificios humanos que incluían a niños, algo que nunca se practicó en la nación de Israel como bien lo atestigua Jeremías). La Ley advertía que tal unión «alejaría» a los hijos y las hijas de la adoración de Jehová. En el caso aludido de los cultivos, se alude al hecho de que la Ley prohibía que se desarrollasen híbridos, dado que uno de los propósitos de la Ley era mantener a los hebreos separados y aumentar su número y sus bienes con un propósito bien definido, relacionado con la espera del Mesías o Cristo, «la descendencia prometida» en Edén (Génesis 3:15), quien resultó ser Jesús, pues a él apuntaron tanto las profecías y los Salmos, como la Ley.
Una obra de consulta indica: «Bajo la Ley se prescribía la pena de muerte en los siguientes casos: 1) blasfemia (Le 24:14, 16, 23); 2) adorar a cualquier otro Dios que no fuese Jehová y practicar idolatría en cualquiera de sus formas (Le 20:2; Dt 13:6, 10, 13-15; 17:2-7; Nú 25:1-9); 3) hechicería, espiritismo (Éx 22:18; Le 20:27); 4) profecía falsa (Dt 13:5; 18:20); 5) quebrantar el sábado (Nú 15:32-36; Éx 31:14; 35:2); 6) asesinato (Nú 35:30, 31); 7) adulterio (Le 20:10; Dt 22:22); 8) que una mujer se casase alegando falsamente que era virgen (Dt 22:21); 9) mantener relaciones sexuales con una muchacha comprometida (Dt 22:23-27); 10) incesto (Le 18:6-17, 29; 20:11, 12, 14); 11) sodomía (Le 18:22; 20:13); 12) bestialidad (Le 18:23; 20:15, 16); 13) secuestro (Éx 21:16; Dt 24:7); 14) golpear o injuriar a los padres (Éx 21:15, 17); 15) dar falso testimonio en una causa en la que el castigo para el acusado fuera la muerte (Dt 19:16-21), y 16) acercarse al tabernáculo sin estar autorizado (Nú 17:13; 18:7).
En muchos casos la pena era el ‘cortamiento’, que por lo general se ejecutaba mediante la lapidación. Además de prescribirse en casos de pecado deliberado o injurias y habla irrespetuosa contra Jehová (Nú 15:30, 31), esta sentencia se dictaba por muchas otras causas como: permanecer incircunciso (Gé 17:14; Éx 4:24), abstenerse deliberadamente de celebrar la Pascua (Nú 9:13), pasar por alto el Día de Expiación (Le 23:29, 30), hacer o emplear aceite santo de unción para fines profanos (Éx 30:31-33, 38), comer sangre (Le 17:10, 14), comer de un sacrificio hallándose la persona inmunda (Le 7:20, 21; 22:3, 4, 9), comer pan leudado estando en curso la fiesta de las tortas no fermentadas (Éx 12:15, 19), presentar un sacrificio en cualquier otro lugar que no fuese el tabernáculo (Le 17:8, 9), comer de un sacrificio de comunión al tercer día de su presentación (Le 19:7, 8), desatender la purificación (Nú 19:13-20), tocar cosas sagradas sin estar autorizado (Nú 4:15, 18, 20), mantener relaciones sexuales durante la menstruación [una violación de hombres y mujeres de la purificación] (Le 20:18) y comer la grasa de las ofrendas».
En efecto, la Ley era extremadamente estricta, como bien se dieron cuenta los israelitas, entre los cuales nadie pudo cumplirla a cabalidad. Por tal razón, las Escrituras Griegas Cristianas refrendan que la Ley era perfecta (para entender por qué, véase Romanos capítulo 1, versículos 24 al 32, y el capítulo 2, versículos 1 al 29). Por eso mismo, solamente uno pudo cumplirla sin falta, por lo cual pudo ser abolida y «clavada con este al madero» (se explica en Colosenses 2:13 y 14). Ese fue el Mesías, Jesús, pues la Biblia indica que la Ley solamente cumplió un papel temporal como tutor o maestro de los judíos, que los conduciría a reconocer que en realidad ningún ser humano podía justificarse a sí mismo mediante obras, como muchos incluso hoy creen, pues hemos de admitir que mucha gente malvada afirma ser «buena persona».
La Biblia informa y explica: «Sin embargo, antes que llegara la fe, estábamos guardados bajo ley, entregados juntos en custodia, esperando la fe que estaba destinada a ser revelada. Por consiguiente, la Ley ha llegado a ser nuestro tutor que nos conduce a Cristo, para que se nos declarara justos debido a fe. Pero ahora que ha llegado la fe, ya no estamos bajo tutor» (Gál. 3:23-25).
Ahora bien, las Escrituras Hebreas muestran casos de personas que incluso antes de que existiera la Ley fueron obedientes y mostraron fe en las promesas de Jehová, como Noé y Abráhán, por citar dos casos (véase la carta a los Hebreos capítulo 11 a este respecto). Estos llegaron a existir antes de la venida del Mesías, lo cual pone en evidencia que incluso la fe en el sacrificio redentor, que ha abolido a la Ley, requiere de obras. La Biblia apunta varias para los cristianos verdaderos, entre ellas la de predicar las buenas nuevas del Reino y hacer discípulos (Mateo 28:19, 20), lo cual es una orden, no algo optativo. Y aunque la Ley ya había indicado que el primer mandamiento era «amar a Jehová» con todo nuestro ser, y «al prójimo como a [uno] mismo», Jesús añadió a este mandamiento uno nuevo: «Que se amen los unos a los otros, tal como yo los he amado». ¿Por qué es «nuevo» ese mandamiento? Porque amar al prójimo de acuerdo con «la ley del Cristo» implica también la abnegación completa al punto de dar la vida por el prójimo, como Jesús la dio (tal como él amo a los demás).
Esto pone en evidencia que la mayor parte de las personas, aunque afirman ser cristianas, en realidad no «aman a su prójimo» como a sí mismas, ya que anteponen a los derechos de los demás y a la voluntad expresa del Creador, Jehová, sus propios deseos egoístas, lo cual ha llevado incluso a que la mayoría haga de la religión, no una manera de vivir, sino un mero acto ritual y rutinario, carente de espiritualidad, y «a la medida» de cada cual, no a la medida de lo que Dios exige de cada uno de nosotros.
Esto es justo lo que la autora de esta columna concluye, pues la religión, sobre cuyos falsos maestros y falsas versiones Jesús también advirtió en su Sermón del Monte (lean al respecto Mateo, capítulos 5 a 7). De hecho, el odio nacionalista suele eclipsar al «amor» que los «cristianos» se deben, lo cual los enzarza en guerras fratricidas en las cuales los mismos «cristianos» y los grupos religiosos de la cristiandad se enfrentan unos a otros en guerras con la bendición de los mismísimos miembros de su clero. Eso pone en evidencia que existe, pues, un falso cristianismo, opuesto al verdadero que se delinea en las Escrituras. En todo esto, este odio y uso de la religión como arma arrojadiza, hay mucha razón. Pero la culpa no la tienen ni las Escrituras ni Su Autor, Jehová, sino las personas que, como ya se ha expresado, solo viven de manera egoísta, y se hacen un «dios y una religión a la medida», y buscan a toda costa no responder a nada ni a nadie de los resultados de sus actos, producto del mal uso que hacen de su libre albedrío, ¿no les parece?