Desde los cuentos de hadas, la violencia nos acompaña siempre. Tomemos por ejemplo a Blancanieves, hija de un viudo con necesidades figurativas que lo obligan a tomar por mujer a una dama socialmente mal vista ̶ pues viene huyendo del estigma social de otro reino del que nada se sabe ̶ , que inmediatamente ve a la hija de aquel como una rival, tanto por la figura masculina del padre como por la posesión del reino que era en verdad lo importante, pero ¿alguien en algún momento se ha puesto a pensar, qué fue de ese hombre en medio de esas dos mujeres? ¿Con qué derecho manda esa mujer a abandonar a una niña al bosque para que la corten en pedacitos, o la violen los vándalos del lugar, si tenía un padre que tendría que velar por ella?
Esta es una simple muestra de que también existe la violencia de las mujeres contra las mujeres, de la que con excepción de Rosario Ferré ̶ La casa de la laguna (1995) y La batalla de las vírgenes (1994) ̶ o algunas revistas como Vanidades o Cosmopolitan, casi nunca se habla, y eso es porque la violencia contra las mujeres en la literatura tiene muchos vestidos y disfraces que no siempre vemos pero que en la vida real son conocidos como violencia de género.
Por eso es que no siempre la violencia física, la que hace que aparezcan acunadas por los lechos de los ríos, en los huecos de las calles y lugares desconocidos, cortadas en trozos con cuchillos, olvidadas en expedientes judiciales, es la que más mata: es mucho más dura y olorosa la que en lo particular llamo el síndrome de Blancanieves, que, sin que sea una declaración de lesbianismo, es el de las mujeres incapaces de entender ese tipo de violencia que algunos hombres ̶ porque no son todos ̶ imbéciles con chistera y sombrero bombín saben muy bien cómo aplicarles, sino que está la que las mujeres se aplican entre sí, o contra ellas mismas.
Ferré dice que al ver a un hombre hay que fijarse de dónde han salido, porque son hechos a la medida de sus necesidades, pero ¿qué pasa con las mujeres, a qué necesidades responden?
Yo he visto que no importa si son altos o bellos, o bajos y regordetes, su inteligencia les hace oler a las víctimas ideales para saber esperar el tiempo adecuado para actuar: hasta podría apostar que tienen un cuaderno de récords, donde anotan a una posible víctima, la trabajan con la misma dulce seguridad del chulo con sus pollitas: «te quiero, me gustas, eres especial, la mujer de mi vida», cosas que necesitan oír mujeres solas y necesitadas de amor, de alguien que las entienda y esté dispuestas a escucharlas.
Guardan la ilusión del príncipe valiente, y sin ver que no son más que hábiles inútiles para oler la vulnerabilidad de las que con las piernas abiertas, desnudas, se acotan a hacer lo que ellos les digan, sin saber que una vez que logran el objetivo ̶ cama no, sino su placer personal ̶ , las abandonan como un silbido en la madrugada (lo mismo que hizo el padre de Blancanieves).
Llorando, sin que nadie sepa de ese dolor puñetero de despertar con el canto de los pájaros, terminan en medio del bosque, deprimidas por los intentos por saber por qué, qué les hicieron para obtener ese silencio tan tortuoso del Messenger, del Whatassap, del teléfono, medios de estos tiempos que recuerdan la respuesta a la llamada de los lobos que antiguamente las cazaban.
Poco a poco, como la basura que se acumula por ahí y que una saca después de años, intentando encontrar algo útil entre tanta inmundicia, alguna descubre que quizá el amor está en casa de otras mujeres, que las quieren como son, o simplemente quedarse solas y amargadas, o convertirse en una víctima más cuando los rechazan…
En Costa Rica el número de mujeres que incursiona en el lesbianismo aumenta día con día, y va en aumento el de las que, con independencia de su elección sexual, son encontradas asesinadas en todas partes. Niñas asesinadas por sus madres, lanzadas a ríos con apenas unas horas de nacidas, cortadas en pedazos, tiradas en cualquier parte, y creo que mucho tiene que ver con ese síndrome, y más concretamente con que la violencia tiene muchas caras que quizás nunca entendamos; y dentro de todas, la violencia de género es la peor. ¿Por ser mujeres deberían morir?
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¿Quién es Dlia McDonald Woolery?