Curarse de espanto


Uriel Quesada_ Casi literalSon las siete de la mañana del lunes 20 de enero de 2025. La temperatura en Nueva Orleans es de -1 °C, pero por el factor térmico baja a -7 °C. Tanto frío es inusual para esta época del año —la ciudad está localizada muy al sur— y no está suficientemente preparada para este tipo de eventos climáticos. Por otra parte, ha salido el sol y el cielo tiene un suave color celeste.

En Estados Unidos las pompas celebratorias de la nueva administración Trump se iniciaron desde el fin de semana. Quienes nos hemos opuesto a sus políticas, su retórica y su persona sufrimos una especie de resaca que se inició el 5 de noviembre pasado, cuando ganó el voto electoral y el voto popular. Se han analizado ad nauseam los detalles, tanto para convertir esa victoria en un deseo consensuado de la población como para minimizarla y afirmar que el partido Republicano ganó por los pelos. En estos momentos esa discusión resulta irrelevante. Trump ha regresado triunfante, elegido por Dios, y con la misión de hacer realidad nostalgias imperialistas y colonialistas de un país que se cree blanco aunque ya no lo sea. Para mucha gente de a pie las motivaciones son más inmediatas y pragmáticas, como una mejor calidad de vida. Un gobierno autoritario como precio del bienestar les parece banal en este momento.

Algunos amigos desean una debacle que le muestre a los votantes de Trump la magnitud de su error; otros, prometen marcharse a otros países. Clamores de venganza o de expatriación no resuelven nada. Tampoco son una opción para la mayoría. Quedan entonces la resistencia interna y las instituciones democráticas. El temor es la posibilidad de que las instituciones se corrompan y desmantelen, y que la resistencia se criminalice.

Escucho con preocupación la retórica de la ultraderecha, ahora en el poder. Steven Bannon, otrora asesor cercano a Trump, dice en la radio que no hay inmigrantes legales o ilegales, sino solamente inmigrantes, dejando clara su posición de que todos debemos ser expulsados. Pero antes de ser expulsados, pienso, también debemos ser despojados y humillados para escarmiento público. ¿No es eso lo que leemos en libros de historia, memorias y libros de ficción? ¿No es eso lo que vemos en esas películas que nos conmueven pero nos parecen lejanas? Se dice que la historia nos permite no repetir los errores del pasado. ¿Cómo se entiende esa idea en estas épocas? ¿Que un acto brutal no puede ocurrir de nuevo, o que eso llamado acto brutal realmente no lo fue y es hora de perfeccionarlo?

El deterioro de las instituciones democráticas —sobre todo su politización— han dado pie al cuestionamiento de la democracia como forma de gobierno. La retórica de los sectores autoritarios ha afianzado esa percepción en el imaginario social. El aparato judicial o la prensa ya no son independientes ni objetivos, aunque lo sigan siendo. La prensa se ha visto atacada como cómplice de élites oscuras. La educación, desde la primaria hasta la universitaria, es un enemigo del pueblo. Un inmenso poder ha decretado que ya es hora de poner a cada quien en su sitio. Si todavía queda una esperanza, esa sería que las luchas internas den al traste con muchos de los planes represivos.

Quisiera pensar que ya estoy curado de espanto, pero no estoy tan seguro. También quisiera saber qué hacer, pero por el momento lo único que puedo hacer es escribir.

Mañana se esperan hasta doce centímetros de nieve en Nueva Orleans. Para mí es la primera nevada desde que llegué a la ciudad en 1999.

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