Virgilio Mora: loco feo, loco bonito


Uriel Quesada perfil Casi literal 2El escritor costarricense Virgilio Mora murió a finales de 2023 en Manhattan, a los 88 años. Hubo un rumor en redes sociales hasta que una editorial publicó una esquela, oficializando así el suceso. Virgilio falleció lenta, discretamente. Se fue borrando del imaginario costarricense hasta quedar reducido a un puñado de palabras.

Fue uno de esos escritores que se desplazan entre culturas y lealtades nacionales. Se marchó muy joven a estudiar a México y en la década de 1960 se radicó en Nueva York. Una vez me contó que la oportunidad de emigrar a Estados Unidos le vino por la guerra en Vietnam. Me hizo un cuadro de un espacio enorme lleno de reclutas desnudos a quienes se les hacían exámenes médicos y se les preparaba para ir a pelear. En su caso, el aviso para unirse a las tropas debía llegarle en unas semanas, pero eso nunca ocurrió. Hizo estudios de psiquiatría y trabajó en un hospital público. Publicó casi la totalidad de sus novelas y cuentos en Costa Rica.

Cuando lo conocí a principios de la década de 1980 todavía resonaba en el ámbito costarricense su novela Cachaza, que cuenta la vida en un centro para pacientes con problemas mentales en San José. Nuestros primeros encuentros fueron en sendas mesas de tragos a las que acudía una bohemia hambrienta. Con el tiempo, nuestra relación evolucionó a una mentor-discípulo. Él me amplió horizontes con los libros que me regaló: desde Stephen King hasta Reinaldo Arenas. Eran libros con anotaciones al margen escritas con una letra que parecían pirámides minúsculas. También me mandó largas cartas que me llenaron de curiosidad sobre mundos entonces desconocidos para mí. Nos vimos brevemente en Manhattan y en Barcelona. A su manera, me quiso mucho.

Virgilio Mora fue amigo de la escritora Carmen Naranjo hasta que hubo un desencuentro en Nueva York y una pelea por razones ideológicas y de dinero. Carmen dirigía la editorial EDUCA y, en vez de pagar derechos de autor, usaba el dinero que generaban los libros para apoyar causas políticas en Centroamérica. Virgilio le reclamó, y Carmen —aún dolida por lo de Nueva York— acabó así la discusión: «Mirá, Virgilio, en este mundo hay todo tipo de locos. Tu problema es que sos un loco feo». Eso de ser un loco feo lo ofendió mucho y se vengó con un libro titulado A flote en el mar de los sargazos de la mediocridad. Era una novela paródica sobre el mundillo intelectual de Costa Rica, centrado en Carmen Naranjo y su círculo. Ahí aparezco caricaturizado y patético. La novela también marcó el fin de nuestra amistad.

Años más tarde me invitaron a participar en una colección de ensayos sobre su obra. En mi análisis utilicé el concepto de narrativa contraconsensual que acuñó Carlos Cortés para identificar obras que desacralizan la historia oficial costarricense y el supuesto consenso en torno a la idea de una Costa Rica igualitaria y sin conflictos. Dije —y aún lo creo— que las ficciones de Virgilio Mora constituyen una escritura a contracorriente, fuera del canon imperante, y con una vocación de ruptura que viene de una tensión entre dos lenguas y dos culturas; entre la nostalgia y la imposibilidad de volver.

Nunca se lo dije a Virgilio, pero sus historias, sus cartas, nuestras largas conversaciones o los recorridos por lugares siniestros de ciertas ciudades me ayudaron a navegar una realidad hostil que yo no acababa de comprender. Virgilio creía en lanzarse a vivir y escribir desde la mayor altura posible. Él lo hizo, yo soñé con imitarlo.

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