El fin del mundo


Carlos_ Perfil Casi literalLa industria del entretenimiento está saturada con la idea apocalíptica del fin de la humanidad, ocasionada por tragedias nucleares, zombis, colonizaciones extraterrestres o cuerpos celestes que chocan contra el planeta. Hay opciones de todos los colores y sabores, algunas muy creativas, otras no tanto. Se me vino eso del Apocalipsis a la cabeza porque hace unos días, circuló en Internet la noticia falsa de la proximidad del “fin del mundo”, ocasionada por un meteorito que se estrellaría contra la Tierra provocando la muerte de nuestra civilización (no del mundo, que hubiera seguido ahí, feliz, girando sin nuestras molestias). Después salió otra noticia de la NASA que desmentía los rumores y que decía que teníamos vida para rato en este planeta. En ese momento pensé: tan ingenuos nosotros, que todavía esperamos que la muerte nos venga del cielo. Que sea una catástrofe inminente, de dimensiones épicas. Qué optimistas los autores de esas noticias, si para acabar con nuestra civilización estamos nosotros mismos. De hecho, hace ya un par de décadas que se ha hecho evidente nuestro proceso de autodestrucción. “La vida es un cáncer que se devora a sí mismo”, decía Henry Miller, y no tenemos que ir muy lejos para comprobarlo: guerras, genocidios, la catástrofe ambiental, el calentamiento global, la evolución de un montón de enfermedades, los conservantes alimenticios, la obesidad, la comida chatarra, la globalización de la miseria y el hambre, los fanatismos religiosos. Ufff, todo está acabando poco a poco con “el mundo”.

Los boletos son gratuitos: tenemos el extraño privilegio de ser los testigos de nuestros últimos años en el planeta. Hoy podemos hacer tangible el suplicio de volver la vista hacia atrás y avergonzarnos. Es cierto: escribimos libros, hicimos poesía y música y hay grandes artistas. Pero, vamos, no tenemos que ir muy lejos sentir el hambre, el dolor, la sed, la angustia, la muerte. Hemos sido capaces de ver, de saber cómo miles de niños huyen de su hogar por no morir de hambre, confiando en una última esperanza.

Todo ciclo de vida lleva de la mano a su muerte. Las levaduras que fermentan el mosto para producir el alcohol del vino mueren a una concentración de alcohol determinada. Generan, por sí mismas, su propio veneno. Así, nosotros habitamos también este planeta generando el veneno, los desperdicios que potencialmente nos matarán. Contaminamos el agua que nos ha de dar de beber y matamos a los peces que podríamos pescar, ¿en función de qué? Muchos de los productos industriales no son necesarios para la vida, o si lo son, no al menos en las cantidades generadas. Son necesarios, eso sí, para la sostenibilidad del sistema de consumo. Para la generación de bienes que nos diferencien de otros seres humanos. Interesante que, como especie, una de nuestras metas más altas sea diferenciarnos, sentir que estamos por encima de otros seres humanos.

La verdad, a estas alturas, si un meteorito amenaza con acabar con nuestra civilización no deberíamos de temerle. En lugar de eso, deberíamos de pensar en él como un gran acto de caridad, para no dejarnos a la merced de nuestra propia crueldad, de la cual, hoy por hoy, ya somos nada más que supervivientes.

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