Por otra parte está la aceptación de las condiciones de posibilidad impuestas por la vida. Esta aceptación se da de forma tácita. Así, el obrar del ser humano en el mundo se define por la realización o el malogro de las posibilidades que la vida ofrece. Este entregarse a ese conjunto de posibilidades constituye la esencia de la voluntad: la voluntad humana es, intrínsecamente, una voluntad tendiente. “El momento de voluntariedad propiamente dicho consiste en la apropiación de posibilidades. Y a esto es a lo que temáticamente llamo yo moral”. Quedaría superada así la concepción de la moralidad como el juicio ético de un conjunto de acciones según el criterio de un estamento moral establecido por la sociedad. Moral es, en cambio, el carácter de una realidad humana. Y así se define el segundo momento, más hondo de la angustia: la verdadera y honda angustia, la impotencia en el tener que vivir habiendo perdido el sentido de las posibilidades apropiadas para el hombre y habiendo perdido el sentido de su propia realidad: la angustia es así, una radical desmoralización.
“Lo más angustioso de la angustia es justamente su ausencia de razón de ser. La angustia no patentiza el ser sino que deja a los entes sin sentido para nuestra existencia” (Zubiri, Sobre la angustia y la esperanza).
Así, según Zubiri, la angustia no posee el grado excepcional que algunas filosofías pretenden otorgarle. No se puede atribuir a la angustia el carácter de realidad suprema, ya que hacerlo sería hacer de la nada lo supremo del universo y de la vida. De ahí surge el último momento de la angustia integral: su insostenibilidad. Su solución radica en una reconquista del sentido de la realidad. Una reconquista que no puede construirse únicamente en el plano ideológico, sino que debe ocurrir también en el plano tendencial: el hombre moderno requiere, entre otras acciones, una higiene de índole psicológico y también requiere de la higiene de la tranquilidad.
Por último, es relativamente poco el espacio que Zubiri dedica a indagar por las causas espirituales de la esperanza, la cual afirma, no procede de un frívolo optimismo. Bajo la actual inquietud, la fatiga que el ser humano siente lo hace entrar cada vez más en sí mismo. La esperanza está en la reforma de la vida vivida en la profundidad de las religiones y en la estabilidad económica alcanzada, a pesar de otras crisis sociales. Y por último, radica la esperanza en una analogía similar a la que varias veces hizo Heidegger (¿Y para qué poetas? y La pregunta por la técnica). Un fundamento de la esperanza radica en la angustia misma. Así, llegando al límite de la angustia (pisando el suelo del abismo) llegaría el primer estadío de la recuperación.
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