Los idealistas inútiles tienen el tiempo para leer poesía y literatura, también para una conversación alrededor de un café, una cerveza o un vino. Son aquellos que tienen ganas de besar y besan bonito y despacio, son aquellos que sueñan que el mundo también es algo más allá del epicureísmo y el bienestar individual.
Los idealistas inútiles somos los que nos emocionamos con un cartelito que dice «Te quiero libre» o con una foto en la que aparece un nene ofreciendo Tortix a un policía durante las manifestaciones contra la corrupción en un 15 de septiembre de una Guatemala violentada y dividida hasta las raíces.
Los idealistas inútiles relevamos las ganas y los gritos, y nos damos abrazos en las calles cuando encontramos a gente a la que le brillan los ojos por buscar alternativas a una situación de infierno constante y depresión permanente. A los idealistas inútiles se nos hincha el pecho cuando en el 2017 una Asociación de Estudiantes Universitarios lleva el nombre de un joven líder estudiantil asesinado en el Centro Histórico en 1978, frente al mundo, por ser idealista.
Idealista, según mi definición, es sinónimo de no cruzarse de brazos en sitios de confort frente a situaciones y realidades tan mierdas… (con perdón de los que no usan todas las palabras del vocabulario para todas las frases). Algo es cierto, los cambios en el mundo han venido de idealistas, a quienes los acusan de inútiles, pero que hacen todo lo que tienen a su alcance para seguir las utopías.
Las utopías son inalcanzables, obvio, pero muestran caminos o guías acerca de cómo querer y soñar lugares, cosas y personas mejores. Recuerdo que tenía pocos años cuando mi madre me dijo que por ser soñadora sufriría mucho… He llorado y reído, he vivido. Los idealistas también viven con palabras atrangantadas, con lágrimas de rabia, con ganas de recordar lo que el olvido puede arrebatarnos: la esperanza.
Desde el otro banquillo están los que nos gritan inútiles, que este mundo no cambia, que los gobiernos serán la misma cosa, que la vida es así y punto. Y nosotros los escuchamos, podemos entender su pérdida, su apatía, su frustración, su depresión continua.
Sé que los idealistas no somos perfectos, que la humanidad se cansa, que los intentos se estrellan contra el suelo, que los besos también se pierden, que el alcohol también puede convertirse en desesperanza, que nos quedamos inmóviles ante la violencia y la crueldad, que necesitaremos un par de días en cama para superar el dolor…
Pero después de este 15 de septiembre de 2017, con manifestaciones ciudadanas de corazón abierto impulsadas por idealistas, a los que siguen los indignados muy de cerca y luego, a unos pasos, los apáticos encabronados, puedo decir que hay esperanzas que nos mantienen a flote en este mar desquiciado por la avaricia y el poder, ese mar deshumanizado, ese mar que un día queremos que vuelva a ser mar.
[Foto de portada: Vivian Guzmán Q.]
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¿Quién es Diana Vásquez Reyna?