La Condesa: versión hondureña y moderna de una leyenda


Ingrid Ortez_ Casi literalBañarse en leche, en sangre, en miel u otros líquidos ha sido, a través de toda nuestra historia humana, parte de los mitos y leyendas. La sangre como sustancia mística aparece desde culturas muy antiguas donde le atribuyen extrañas propiedades. Y este ha sido un recurso aprovechado tanto por historiadores como por escritores y cineastas. Así han surgido desde Hécate —en su representación como demonio femenino en la antigüedad clásica— bebiendo la sangre de los hombres que seducía, hasta Lamia —otro ser mitológico grecolatino— que devoraba niños y se saciaba con su sangre.

Luego Mary Shelley con Frankenstein, Polidori con su vampiro romántico o Bram Stoker con Drácula se convirtieron en representantes de las historias de terror icónicas de todos los tiempos, logrando posicionar a un género entre los preferidos —aunque en lo personal, no de mi gusto— de miles de cine-espectadores, marcando y ampliando la historia de la cinematografía.

Entre la aristocracia húngara existió la condesa Erzsébet Báthory, leyenda cruel y sanguinaria que figura en el libro Guinnes como la mayor asesina en serie de la historia, y de la cual Alejandra Pizarnik escribió su relato titulado «La condesa sangrienta», publicado en la revista Testigo en 1966. ​Báthory también fue llevada a la pantalla grande en diferentes versiones: desde el director eslovaco Juraj Jakubisko con Bathory (2008), pasando por Julie Delpy con The Countess (2009), donde dirige y actúa ella misma; hasta Andrei Konst con la versión rusa de Lady of Csejte (2015).

2021 nos trae una versión moderna de la leyenda de Báthory, ahora de la mano del cineasta hondureño Mario Ramos y con guion del también hondureño Óscar Estrada. La Condesa es una ingeniosa y arriesgada puesta en escena que —al fin— saca al cine hondureño de los moldes tradicionales que lo caracterizaban; y como espectadora de este largometraje, ahora tengo el gusto de compartir mis apreciaciones.

Hacer buen cine no es fácil y el género de terror, al igual que el de la comedia, puede caer en lo grotesco e ir fácilmente de lo sublime a lo ridículo. Sabemos que no hay géneros puros, que en todos hay una mezcla y que las virtudes de una película dependen de muchos aspectos técnicos y artísticos; y su realización, de un presupuesto y de las preferencias del público influidas por su contexto.

Si bien es cierto que el cine hondureño en los últimos años ha desarrollado muchas películas, estas no han sido sinónimo de calidad. No se ha incursionado en otros géneros que no sean las comedias de siempre que rayan en lo ridículo, o dramas que muestran a personajes patrios que engrandecen la ceguera colectiva.

Pero hoy por hoy hablar de cine hondureño es hablar de La Condesa, película que en sus primeros cinco minutos me dio un hálito de esperanza y con la cual, de entrada, podemos ver que nos encontramos ante una producción de mejor calidad a lo acostumbrado en el cine de Honduras. Esa atmósfera inquietante de los primeros minutos —donde la música y la fotografía toman su protagonismo— atrapa al espectador y es esencial para que el relato de terror logre un impacto. El inicio de La Condesa me emocionó al pensar que por fin esas imágenes reflejaban el camino hacia un cine hondureño diferente y de mayor calidad. Pero como buena escéptica esperé al resto.

Los personajes son un punto esencial en cualquier historia y deben tener una conexión con el público, lo cual implica que deben construirse mucho antes de lanzarlos de lleno a un género de características particulares como el de terror. La actriz Soraya Padrao: natural, fluida, suelta y creíble, logra que el espectador se identifique con su personaje. Lo mismo ocurre con el personaje de Sebastián Stimman en su papel del hermano sumiso, confundido y sometido. Sin embargo, no puedo opinar lo mismo del resto de las representaciones, que a mi parecer estuvieron acartonadas y poco creíbles, restándole paulatinamente a La Condesa la verosimilitud y calidad con la que inició.

En una película de este género podrá existir una buena atmosfera entre sus elementos y un buen guion, pero si la maldad no se siente real ni se toma en serio el papel de cada personaje, ni los hacen nacer desde sus entrañas, el terror se pierde. La historia que de repente empieza a contar sucesos de crímenes atroces en algún punto se vuelve ambigua; se pierde entre el juego del fantasma que susurra y la falta de veracidad y antagonismo de algunos de sus personajes.

Es cierto: tampoco se necesita gritar para expresar miedo; sin embargo, en el caso de La Condesa, la mayoría del elenco con sus interpretaciones se queda fuera de la piel de sus personajes. El miedo es universal: aunque posea características de cada cultura, es parte de nuestra esencia como personas, pero en La Condesa no sentí que los roles conectaran con esos miedos remotos e inexorables de la condición humana.

Otro aspecto para mencionar es el exceso de imágenes borrosas que, dependiendo del espectador, podrían volverse largas y tediosas. Quizá La Condesa abusó de ese recorrido entre sombras y marea, provocando que el público llegue a perder la atención de la historia misma y desconectándolo del terror. Los personajes y fantasmas entrelazados provenientes de diferentes épocas dentro de la casa pasan muy rápido y no dan tiempo al espectador para que pueda empaparse con esa doble visión fantástica (dos mundos en el mismo lugar es parte de mi fascinación).

Si bien como espectadora —pues debo aclarar que no soy crítico de cine— la forma en la que se fue desarrollando La Condesa con el pasar de los minutos no me dejó un gran sabor de boca, hay algo en lo que sí coincido totalmente con su director (comentario que me hizo durante la premier el pasado 27 de septiembre, en Tegucigalpa): en que esta película definitivamente marca un antes y un después en el cine hondureño.

Me atrevería a asegurar, incluso, que con todo y sus carencias actorales, es un gran peldaño para rescatar nuestro cine. No solo por romper paradigmas y abordar un género distinto, sino también porque alcanza una calidad técnica y de producción no acostumbrada en el cine hondureño: algo que se nota desde el sonido y la ambientación hasta el vestuario.

Ojalá los cineastas hondureños, como sucedió con La Condesa, se atrevieran a explorar nuevos géneros e historias con contenido; y así, a pesar de nuestro contexto como país, producir un cine que pueda competir y dejar huella internacionalmente.

Mario Ramos, en su obra prima de largometraje, ha hecho una buena apuesta que sin duda quedará grabada en la historia del cine nacional. Seguramente tendremos muchas más propuestas como esta y mi esperanza se verá alimentada gracias a una nueva imagen que puede hacer evolucionar al cine hondureño que hasta antes de La Condesa se ha mantenido estancado en la mediocridad.

[Foto de portada: Cabezahueca Films]

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