Durante años, Honduras había sido el segundo país más pobre de América Latina. Tristemente, el falso ideal de «al menos, no somos los últimos» resonaba en el imaginario colectivo de los hondureños. Esa distópica idea de superioridad —que lamentablemente parecía reconfortar a algunos— recién terminó en 2017. La CEPAL anunció que la pobreza en Honduras alcanzaba casi al 70% de la población, desbancando a nuestros hermanos haitianos y enviándonos a la primera línea de esa vergonzosa lista.
Cuando leí la noticia, mi mente —y mi orgullo de «catracha» herida— intentó encontrar consuelo. Al fin de cuentas, las estadísticas son solo números y es nuestra interpretación lo que les da color y las llena de sentido. No demoré en buscar el índice de desarrollo humano con la esperanza de encontrar una posición más digna, pero más pena me dio lo que hallé. No solo todos los países centroamericanos están por encima de nosotros —Guatemala y Nicaragua mejoraron sus posiciones en relación a años anteriores—, sino que Honduras, pese a que había mostrado mejoría antes del Golpe de Estado de 2009, tan solo ha venido en picada durante los últimos años.
Una vez, un sueco me preguntó si Honduras quedaba en África. Que él sabía que Honduras era un país muy pobre y violento. La pregunta me pareció ofensiva, fruncí el entrecejo y le clavé una mirada acuchillante. En aquel momento no comprendí los motivos que le hacían pensar de ésa forma. No es que la comparación con nuestros hermanos africanos fuese mala. África fue un continente espléndido, pletórico, rebosante de riquezas naturales y minerales. Es la historia de África la que duele, lo que encierra esa historia.
Salvo raras excepciones, África es un lugar que hace alusión perfecta al término de «paria» continental. Importante es responder ¿cómo un lugar tan abundante pudo llegar a convertirse en uno de los sitios más abandonados y empobrecidos del mundo? Sus recursos naturales, que bien pudieron ser aprovechados y utilizados para su desarrollo, fueron usufructuados y dilapidados por quienes le sometieron. La explotación fue —y sigue siendo— despiadada y sus consecuencias saltan a la vista. Inestabilidades políticas, guerras civiles e intervenciones extranjeras han dejado una estela de pobreza, miseria y muerte sin precedentes.
Aquel comentario hizo remover mi memoria. Tendría trece años la primera vez que escuché este término: africanización. El facilitador hablaba en términos generales sobre cómo ciertas condiciones conllevan a algunos países a experimentar este proceso, permanentes despojos y sometimientos que derivan en la más cruenta desdicha.
La triste realidad me ha regresado de golpe a esa pregunta blasfema y la herejía ha circundado mi pensamiento. Nací en el país donde cuestionar se está volviendo casi un delito y cuyas estadísticas me golpean: en Honduras cada catorce horas una mujer es asesinada. La mora judicial es del 95%, es decir, de cada 100 casos que son ingresados al Sistema Judicial, 95 quedan impunes. La tasa de homicidios es la más alta de la región y somos de los pocos países que han renunciado voluntariamente a su soberanía nacional para entregar «retazos» de nuestra tierra a otros que la explotan sin regulación interna alguna. 68 de cada 100 hondureños son pobres, y de estos, 45 viven con menos de dos dólares diarios. En honor a la justicia diré que efectivamente hemos alcanzado cimas: la de los países más pobres y desiguales de América.
Pienso en la charla de aquella tarde sobre la «africanización», sus orígenes y consecuencias. La relación causa-efecto hace que sea imposible no ver el símil. La torcedura a la ley, la impunidad, la corrupción y la continua violación de los derechos humanos se pasean descaradamente frente a nosotros, aparecen en los principales medios de comunicación del país y el gobierno nos envía bendiciones a la vez que nos pide «paz». Me pregunto si no estaremos viviendo nuestro propio proceso de africanización. Después de todo, casi la mitad de la población está dedicándose, prácticamente, a subsistir. Dos dólares diarios no alcanzan para mucho y uno de cada dos hondureños suman demasiadas personas en condiciones infrahumanas.
Y no, no se trata de sectarismo político. Para los países de África ya no importa su forma de gobierno (capitalista, socialista, comunista), menos su ideología (izquierda, derecha, centro). El nivel de descomposición es tan profundo que las realidades rebasan estas definiciones y Honduras no es la excepción. La situación inestable y nada prometedora tiene que ver con hechos concretos, medibles y comprobables. Hacemos referencia al mínimo respeto y cumplimiento de la ley que debe garantizar todo Estado de Derecho. Se trata de encararnos con la realidad y verla sin filtros por muy dolorosa que sea, pues con negarla no hacemos que deje de existir. Se trata de lo que es correcto y lo que no, pero desde las acciones y no solo desde el discurso. De lo que NO se trata es de profesar «amor» al país desde una retórica vacía, cargada de un optimismo sin fundamento.
A algunas personas no nos basta el pasado ni el presente. Nos preguntamos por el futuro. ¿Qué va a pasar en el largo plazo si la dinámica sigue tal cual? Una voz interna y lejana que desafía todos mis temores contesta: «la africanización de Honduras». África nos da lecciones. Una muy importante: nos dice que el usufructo tiene fecha de caducidad. Estará presente mientras haya recursos, y si no hay nada que extraer, quienes explotan tampoco tienen por qué permanecer. Sin justicia que opere de forma eficiente, tarde o temprano las clases pudientes abandonarán el país con una fortuna generada de la explotación y desaparecerán del mapa. Lo que no se llevarán consigo y siempre permanecerá aquí son las consecuencias: pobreza, miseria, muertes, dolor.
Esto no es una opinión personal: organismos internacionales como CEPAL, PNUD y Banco Mundial, entre otros, fundamentan todo lo que he escrito aquí. La realidad, por su parte, también argumenta mis palabras y nos golpea cada día a todos los hondureños. No se trata de una forma negativa de ver las cosas ni una apología a la fatalidad, pues aún tenemos valiosas oportunidades que pueden capitalizarse. No somos África (todavía). Y no es para alarmarse a causa de esta reflexión, sino para que la alarma se traduzca en preocupación, y esta, en ocupación, en trabajo comprometido y consciente.
La realidad no está para lamentarse ni llorarla sino para interpretarla y preguntarnos qué podemos hacer para transformarla ahora que todavía hay tiempo, porque «Pa’ luego es tarde», como dice la canción de Café Guancasco, y como en el poema de Daniel Laínez, no vayamos a decir después:
deciles llorando qu’agora y’es tarde…
¡Que vayan al diantre con sus medecinas!
Deciles qu’ es tarde, querida hermanita…
¡que duerme pá siempre nuestra magrecita!
†
¿Quién es Lahura Emilia Vásquez Gaitán?
Exquisita lectura que desnuda la realidad de Honduras. Gracias compañera Lahura por este artículo, los hondureños esperamos justicia.
Un fuerte abrazo!
Excelente muy bonita lectura basada en hechos reales felicidades mi amiga Lahurita
Norma andino excelente artículo que nos motiva a seguir luchando por un Honduras mejor desde nuestras aulas de clase transformando la mente de nuestros educandos Gracias Laura por compartir Dios le bendiga
El mismo delincuente religiendose nuevamente pasando por encima de todos los hondureños y torciendo las leyes para lograrlo y arrebatandole la presidencia al Ing Salvador Nasralla. Hay que sacar ese bandido que lo que ha hecho es empobrecer al pueblo hondureño con sus yrampas y artimañas saqueando descaradamente las instituciones de la poblacion
Siempre la recuerdo lic y siempre me gusto que despertaba ese sentido critico en nosotros sus estudiantes. He muy bonito y real el articulo creo que contiene los puntos claves por los cuales nuestro pais esta perdido, como un barco en el oceano Dios la bendiga lic se le aprecia mucho. Y algo si les digo a todos, Dios no se ha olvidado de nosotros lo unico que sera al tiempo de el y se que este hombre no terminara su periodo porque Dios se encargara de ello hara justicia por el pueblo que tanto amamos
Felicidades se describe una realidad que nos da.verguenza, los malos gobiernos de gente corrupta , y mentirosa nos tienen en situacion de calamidad economica, social , juridica y de valores, en donde no hay trabajo para nadie, pero quien puede venir a invertir a un pais en donde no hay institucionalidad, luego el fraude monumental, que permite que el dictador nos continue desgobernando, el pais esta mal dirigido, no va en direccion correcta al desarrollo, solo el dictador conoce esa direccion a la pobreza y a la indigencia, la reveldia tienen que continuar para tener una mejor honduras
Me alegra Laura que ponga en perspectiva esta realidad y como se dice por ahí, los buenos somos más; entonces que esta pasando, tristemente los «politiqueros» nos han llevado a un nivel de miseria y clientelismo político en el que consciente o inconscientemente muchos estan dejando perder un país con un gran potencial en todo sentido por conservar una «chamba»; mientras se roba un país, un estado con bandera de democracia y el que quiere recuperarla lo etiquetan de terrorista… que mala trama para la paz. Ojalá que algún día todos seamos buenos con este bello país, aunque sea como dice Facundo Cabral «si los malos supieran que buen negocio es ser bueno, serian buenos aunque fuera por negocio»…pa’ luego es tarde
Excelente artículo, lleno de veracidad, realismo y emotividad.