Avanzar hacia la barbarie


Rodrigo Vidaurre_ Casi literalHace casi un mes fue 12 de octubre y, como cada año, los opinadores no perdieron la oportunidad de opinar en redes sociales. Y como cada año, las opiniones fueron las mismas. Los promotores de la hispanidad dicen que somos resultado del choque —acaso violento, acaso benigno— del contacto español. Por otro lado, los detractores aseguran que cargamos aún con los pecados genocidas de nuestros padres.

Me resisto a opinar, no porque opinar no sea un hobby favorito mío (véase la presente columna), ni porque ya voy con casi un mes de retraso respecto a este tema. Me detiene más bien la naturaleza estancada y estéril de la discusión. ¿De qué sirve jurar lealtad a cualquiera de los bandos si no avanza la discusión, si la naturaleza cíclica del calendario litúrgico del polemista demanda que el próximo año se repitan textualmente las mismas opiniones?

Tratemos, posiblemente en vano, de buscarle ramas más fructíferas al asunto. Un argumento clásico del apologista es que Castilla abolió la práctica, tan arraigada en Mesoamérica, del sacrificio humano. Es un buen argumento y por más que vuelvo mi mirada no encuentro una respuesta satisfactoria del indigenista. ¿Que los españoles también mataban? Por supuesto, pero no lo hacían ritualmente. ¿Y si el sacrificio humano era un producto de su tiempo que no podemos juzgar con ojos modernos? Pues entonces juzguemos con ojos antiguos.

Los humanos venimos con muchos defectos de fábrica, pero querer matarnos sin razón no es uno de ellos. Esa verdad espiritual, social y evolutiva la entienden hasta las culturas más remotas y menos sofisticadas que ven adecuado penar el asesinato. Históricamente, el sacrificio humano es más bien una innovación que surge cuando los pueblos se vuelven ciegos a esa verdad tan evidente. Prueba de ello es que existió en el Mediterráneo una civilización muy avanzada que veía con buenos ojos el sacrificio de niños, los más inocentes de la sociedad, a su dios Baal Moloch.

Los fenicios, maestros de la ciencia y del comercio, no podían considerarse atrasados. Su macabra institución no era una etapa que seguramente dejarían atrás con el tiempo, sino una atrocidad reconocida como tal aún por pueblos más “atrasados”. Los hebreos, horrorizados, llenaron las páginas del Antiguo Testamento de condenas y leyes contra el rito cananeo de Moloch. Años después, al otro lado del mar, la aún joven república romana declaraba Cartago delenda est (Cartago debe ser destruida) como afirmación de que el culto púnico a Baal debía ser erradicado de la faz de la Tierra. La síntesis de esas dos culturas y su rechazo dual —politeísta y monoteísta, cívico y religioso— al sacrificio humano darían luz a nuestra civilización occidental.

La idea de que el sacrificio humano es una etapa que toda civilización deja atrás es tan errada como racista. Si queremos tener doces de octubre más productivos debemos dejar de ver a los mexicas como bárbaros e ignorantes que no pueden ser juzgados con rigor moral y empezarlos a ver como una civilización relativamente avanzada, en cuyo camino al progreso dieron un giro oscuro que, haciendo eco del cónsul romano Catón, debía ser destruido.

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