Las ruinas de nuestra cultura


LeoQue en Guatemala nuestro escenario cultural local sea improvisado, chato, provinciano y mediocre no es precisamente por causa de los artistas de todas las disciplinas. Parece, más bien, que la principal responsable de esta carencia es una coyuntura que se viene arrastrando no de pocos años atrás, sino de un proceso histórico largo que ha venido corroyendo las instituciones encargadas de promover, divulgar y proteger las expresiones artísticas y culturales del país. El punto de inicio para la devaluación y deterioro se marca en 1954, cuando el proceso democrático que se pretendía instaurar a partir de la Revolución de 1944 fue interrumpido.

Este cáncer se propagó a lo largo y ancho de todo el tejido social y sus efectos fueron devastadores. Me atrevería a decir que los daños han sido irreversibles y pasará mucho tiempo todavía para que las expresiones de todos los rubros de la cultura se adecenten un poco. Un conflicto armado sangriento provocó profundas heridas, pero se esperaba que, una vez superado, el arte y la cultura tuvieran la oportunidad de cicatrizar. Sucedió todo lo contrario: tras la firma de la paz, la sucesión de gobiernos civiles corruptos le ha dado la estocada final a este difunto. Si en 1996 todavía se conservaban esperanzas para el desarrollo de una escena cultural potente, ahora, luego del “brillante” aporte de cada uno de los gobiernos, el único camino que le queda a los artistas es el de mantener por inercia un medio que se refocila en su propia miseria.

El último remedo de gobierno, el del matón carcelario de Alejandro Giammattei, ha demostrado como ningún otro que la cultura y el arte son la sirvienta del poder. Poner a cargo del Ministerio de Cultura y Deportes a un ser tan nefasto como Felipe Amado Aguilar Marroquín es un barómetro real para saber cuán bajo cayeron la cultura y las artes en Guatemala. Antes de que esta manada de saqueadores deje el poder está terminando de revolver la carroña de lo que un día fueron instituciones respetables. Ejemplo de ello son los despidos que se dieron recientemente en las compañías de danza. Más vergonzoso todavía es que muchos que se hacen llamar “artistas” —pero que en realidad han demostrado ser tan carroñeros como los políticos de turno— han sido cómplices de esta carnicería. (¿Aló? te hablo a ti, directora general de las artes, Gretchen Barnéond). Pero este es solo un ejemplo. En realidad, son muchos más los que están detrás de esta rapiña.

Aunque tengamos esperanzas en las buenas intenciones que tiene el próximo gobierno para rescatar un poco la dignidad del arte, debemos recordar que de buenas intenciones está lleno el mundo y no por eso se ven cambios radicales. En lo particular, creo que el próximo gobierno al mando de Bernardo Arévalo, aunque logre aciertos en otras esferas, no conseguirá hacer mucho por la cultura y las artes. Pasaron tantas décadas en medio de este limbo cultural, se perdieron valiosos referentes, se sepultaron expresiones artísticas de tanta valía y se prostituyeron tanto los movimientos artísticos, que hoy no es posible rescatar mucho de las ruinas.

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