Sobre el legado, el dinero y la novela póstuma de García Márquez


Darío Jovel_ Perfil Casi literalNo he tenido la oportunidad de leer En agosto nos vemos, novela póstuma de García Márquez. Lo que sí he podido leer son las críticas viscerales que se han hecho de ella. Queda claro para todos que Gabo no deseaba que esa novela se publicara, ya que fue un proyecto abortado como muchos otros que seguramente debió tener. El debate sobre si aquellos textos que un escritor dejó en el cajón deberían quedarse allí o ser resucitados por el noble deseo de lucrar con el nombre de un muerto siempre queda abierto.

Hay quienes dicen —en palabras más o menos— que estas acciones manchan el legado de la persona. Que, siguiendo nuestro ejemplo, si Gabriel García Márquez deseaba enterrar ese manuscrito, así debió permanecer. Yo soy más de la idea de que uno tiene que velar más por los intereses de los vivos que de los muertos, y que si su familia y agentes encontraron una forma de sacar dinero, juzgarlos sería un acto de hipocresía. Porque sí: es fácil decir que el legado vale más que el dinero hasta que uno tiene el cheque enfrente.

¿Pero vale la pena defender el legado de un escritor, de un cineasta, un empresario o de cualquier persona? No lo sé. Ciertamente hay algo de mal gusto en publicar cartas privadas —información íntima que a nadie debería interesarle— o borradores que sus creadores en vida decidieron que no eran lo suficientemente dignos de publicación. Pero los muertos no sienten y, en cierta manera, cuando una persona logra la tan ansiada inmortalidad de ser recordada por la eternidad, el precio de ello suele ser un trozo de su humanidad.

Los recuerdos de los grandes escritores (o de cualquier persona destacada en casi cualquier campo) los convierten en piezas de museo. Cualquier detalle de la vida del autor le da mayor valor y mayor tiempo de exhibición en la vitrina de la historia. De igual forma, nuevas piezas de su trabajo, aun aquellas que no pasaron por el propio filtro del autor, nos enseñan más sobre él. Nos hacen ver que no son perfectos, que Dios no baja para tomarlos de las manos y escribir las líneas de una obra. Proteger —o desear proteger— el legado de los artistas nos impide recordar que fueron seres humanos, que su genialidad no los hacía exentos de una tonelada de defectos.

Quizá la novela póstuma de García Márquez no sea buena (al menos eso dicen muchos), pero ello debería motivar a otros aspirantes a escritores al saber que hasta un premio Nobel escribe mal y debe archivar muchas más páginas que las publicadas.

[Foto de portada: Penguin Random House].

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