La normalidad en Patricia Highsmith


Noe Vásquez ReynaUn hombre cualquiera conduce y se acerca a una casa que no es la suya y observa noche tras noche lo que ocurre en la intimidad de una cocina: una chica apacible, más joven que él, tiene su rutina. Desde la oscuridad el tipo observa, simplemente observa. Se podría pensar y acusarlo de extraño, pervertido, voyerista. Así empieza la novela El grito de la lechuza (1962), de Patricia Highsmith.

La obra de Highsmith (1921-1995) perfeccionó el oficio de atar hilos tensos que hacen vibrar durante el transcurso de la narración entre un personaje principal y otro, de un diálogo al siguiente; o con las mismas actitudes extensivas y descritas de personajes secundarios que cargan de emociones los escenarios. Logra que lugares comunes palpiten y sostengan el suspense, el terreno fértil de esta prolífica autora estadounidense.

Tal como lo dice Julian Symons de The New York Times: «Uno cierra la mayoría de sus libros convencido de que el mundo es un lugar mucho más peligroso de lo que jamás había imaginado». Lo que parece muy cotidiano y normal es precisamente el caldo de cultivo de las inseguridades, la depresión, el maltrato psicológico y la violencia en distintos niveles (que constantemente es alimentada y motivada por el morbo colectivo).

La trama de El grito de la lechuza se puede resumir de la siguiente manera: Robert Forester, un hombre reservado, ingeniero aeronáutico que abandona Nueva York después de haberse divorciado, se refugia en un lugar de Pennsylvania para trabajar y encuentra sosiego contemplando a través de las ventanas de su casita a una muchacha desconocida que se afana en las tareas domésticas. Pero ella y su novio descubren que alguien espía la casa. La joven sorprende un día a Forester, y en el momento que ella le invita a pasar y tomar un café empiezan los problemas. El ingeniero se encuentra de pronto atrapado en un drama de pesadilla, terror morboso y asesinato.

En este libro de Highsmith, el potencial perverso, abusador o asesino, se devela como un hombre reservado y sensible, centrado, adulto y coherente en contraste con el resto de personajes con los que cohabita o con los que forzosamente tiene que relacionarse. Como dato curioso —que también será tomado en su contra—, Forester es el único que sí ha ido a terapia psicológica.

Según Manuel Llorente, esta novela sería una «venganza literaria» contra la escritora Marijane Meaker: «Tras su ruptura sentimental en 1961 y mientras superaba la rubeola, Patricia Highsmith madura la novela El grito de la lechuza, en la que asesina violentamente a Meaker, encarnada en la ex mujer del protagonista: una joven deslenguada, ligera y manipuladora». Llorente se basa en el documental Amando a Highsmith (2022), de Eva Vitija-Scheidegger, que se basa en los escritos personales de la autora y en relatos de su familia y sus amantes.

Por otro lado, Patricia Highsmith guardó celosamente su vida privada, dando el espacio predominante a su obra, que se sumerge en el thriller, el misterio y la novela negra. Anna Von Planta, editora de Diarios y cuadernos 1941-1995, afirma que en su ficción hay poco que nos lleve hacia su intimidad.

El primer libro que leí de Patricia Highsmith fue Ese dulce mal (1960), después me topé en cine con el personaje que la haría famosa: Tom Ripley, interpretado por Matt Damon en 1999, con la dirección de Anthony Minghella en The Talented Mr. Ripley. Luego vendría Carol (publicada en 1952 con seudónimo y bajo el título El precio de la sal) y, por supuesto, también en su adaptación al cine con la fantástica interpretación-interacción de Cate Blanchett y Rooney Mara.

En un artículo, Javier Ansorena señala que Highsmith «era antisemita, racista y misógina, odiaba a mujeres y hombres: no lo ocultó en estos textos», refiriéndose a libro editado por Von Planta. Tendré que leer sus diarios y más de su obra para formarme una opinión al respecto. Por mi parte, sigo encontrando fascinante la manera en que esta autora pudo explorar y narrar la psicología humana y la normalidad, partiendo de que cualquier persona, ni buena ni mala, puede convertirse en asesina según las circunstancias.

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