La última novela de Vargas Llosa, Le dedico mi silencio, al menos hasta la fecha en que escribo este artículo no ha sido traída a las librerías de mi país, El Salvador. Lo que sí llegó fue la triste noticia (también evidente, pero no por ello menos triste) de que será la última. De Vargas Llosa se ha escrito y dicho mucho. Quizá la mayoría de quienes lo admiran y lo odian han repasado su obra y su vida desde el inicio. Lo cierto es que las múltiples críticas que casi siempre están yuxtapuestas a su nombre —y que responden a sus diferentes facetas: el escritor, el político, el intelectual, el esposo, el humano— no son de mi interés ahora. Tampoco lo es un repaso de su vasta producción literaria: eso ya lo hizo y lo seguirá haciendo mucha gente y lo hará mejor que yo. El propósito de mis palabras no es más que reflexionar y, en cierta medida lamentarme, de que el último gran escritor del Boom haya puesto punto final a su última novela.
Vargas Llosa ha vivido el sueño de muchos. Su primera novela, La ciudad y los perros, fue un éxito mundial. En su pecho han colgado todos los laureles que la literatura puede otorgar. Conoció el mundo y el éxito, la fama y el dinero no le fueron esquivos. Pero la vida de escritor no le bastó e irónicamente, parece haberse tomado a pecho las palabras de Marx, de que los filósofos, en su afán por comprender el mundo, se olvidaron de transformarlo. Mario, aunque no es un filósofo y sus ideas políticas a partir de la segunda mitad de su vida estaban en las antípodas de Marx, intentó transformar su mundo a tal punto que fue candidato presidencial en las elecciones de 1990 en Perú.
Es evidente que el Vargas Llosa de hoy y el joven que escribió La ciudad y los perros en una cafetería de Madrid, sabiendo que lo más probable era que nadie nunca la fuera a leer, son diferentes personas. La barrera es tanta que el Vargas Llosa de entonces, un autodenominado rebelde que odiaba al sistema y a los “señores conservadores” de su tiempo, ahora es de todo menos rebelde, un señor conservador de este nuevo tiempo, una representación de ese sistema que antaño odió.
Pero nadie puede negar que en sus muchas causas y odiseas por lograr lo imposible puso todo su empeño y toda su fuerza, aunque a lo largo de los años le costó amigos, familiares y hasta prestigio. Que el autor de La civilización del espectáculo haya sido portada de la revista de chismes Hola en múltiples ocasiones es una ironía propia de alguna de sus novelas.
Pero lo que mi corazón quiere decir no tiene que ver con su vida de político, con su nuevo rol de defensor de la tradición o con sus polémicas, algunas con más interés público auténtico que otras. Lo que yo deseo decir se lo dedico al Vargas Llosa que escribía sin saber si algún día alguien lo leerían y tuvo el valor de dedicar su vida a una labor incierta, al Vargas Llosa que nunca censuró sus ideas, al que nunca tuvo miedo de ir en contra de la corriente, al que me entregó tantas tardes de felicidad me permitió conocer el Perú desde la comodidad de mi habitación aquí en San Salvador. Mario Vargas Llosa, por todos estos años: gracias.
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