La tradición y la euforia del consumo


Ingrid Ortez_ Casi literalEl ser humano en toda su historia ha estado vinculado a la tradición como forma de reconocer su condición y vía de transmitir conocimiento que, a través del tiempo, se ha ido manipulando tanto por el contexto como por el poder y la religión. En ese proceso, la tradición —realidad o no— se va desvinculando de sus inicios y en algunos casos adquiere tal importancia que mueve al mundo entero.

Muchas veces seguimos tradiciones sin fundamento solo porque así se ha hecho durante siglos; es decir, por costumbre. Esto forma parte de nuestra naturaleza humana: acostumbrarnos a seguir o creer en algo sin cuestionar. Tal como sucede con la Navidad, proveniente de festividades paganas; o la fiesta del Sol Invictus, instituida por Aureliano en el año 274 y convertida en fiesta suprema por Constantino y que luego sirvió como puente entre el paganismo y el cristianismo. Así vamos cada generación celebrando y este año no será la excepción.

Como podríamos esperar a causa de la pandemia, las crisis mundiales y las pérdidas sufridas en estos dos últimos años, en esta época deberíamos permitirnos reflexionar sobre el ritmo de vida del mundo; sin embargo, las fiestas navideñas no han perdido la locura del consumo. Basta salir a un centro comercial y ver las tiendas abarrotadas de personas que olvidan hasta el distanciamiento. La tristeza por la pérdida y el estrés aumentaron la necesidad en el ser humano de gratificarse. La incertidumbre que todavía se respira en la sociedad provoca el consumo y no la reflexión.

El psicólogo sueco Mats Erikson, especialista en comunicación interpersonal, mencionó en una entrevista a la BBC que esta época tiene como objetivo «simplemente abandonarse a la excitación del consumo, encargado de devorar gran parte de nuestras actividades cotidianas y de lo que debieran ser nuestros sentimientos más personales». Y no está mal consumir: es parte de lo que mantiene vivo a todo sistema, pero el uso desmedido nos lleva siempre a extremos.

El historiador Tucídides, de Atenas, siglo 5 a.C., decía: «No son las cosas que adquieren a los hombres sino son los hombres que adquieren las cosas». En la actualidad es todo lo contrario. Las cosas adquieren al ser humano y lo absorben por completo. El sistema nos ha condicionado a la idea de que según cuánto tienes eso es lo que vales. El consumo en esta época nos lleva a confundir lo que uno es con lo que tiene y muestra. Pronto abundarán las selfies en las redes sociales con la cena navideña, los árboles y toda la exuberante decoración invertida para unas cuantas horas. El marketing hábilmente manejado busca sumergirnos en la seducción de comprar incluso aquello que no necesitamos. Y los poderosos lo saben.

No todos tendrán acceso a ese calmante o droga que es el comprar de forma desmedida. Millones de personas no pueden ser parte de estas celebraciones tan marcadas por el consumismo. Según datos de la Organización de Naciones Unidas (ONU) y el Banco Mundial, cerca de mil millones de personas en el mundo viven en pobreza extrema. Se prevé que esta cifra aumentará como resultado de la pandemia y el cambio climático. Unas 100 millones de personas cayeron en la pobreza extrema en estos últimos años.

Mientras tanto muchos vamos derrochando el dinero en cosas no tan necesarias para celebrar. Y es aquí donde perdemos el equilibrio y hacemos uso de la tradición como un simple pretexto para gratificarnos por lo vivido. Esa sensación de abundancia que es solamente un engaño momentáneo contrastará con la otra realidad que dejarán las fiestas navideñas: soledad, pérdidas, excesos, insatisfacción, vacíos y deudas. La ingestión excesiva será parte de los males y el resultado de una tradición llenará de más estadísticas las salas de urgencias de hospitales. A eso agreguemos que las toneladas de basura que el mundo genera se duplicarán en esta época.

Los tiempos difíciles seguirán su curso a pesar de la pausa. El próximo año estará marcado por la incertidumbre, pero somos seres de costumbre y, como dicen por ahí, no aprendemos de los errores pasados. Con la tradición seguiremos engañándonos y llegará un año más en que olvidaremos la efímera felicidad que dan las fiestas de diciembre y una vez más nos enfrentaremos a la realidad.

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