Estoy leyendo La inmortalidad de Kundera y en estos días de diz que paz y diz que tranquilidad y locura en masa me voy encontrando con una escena curiosísima que se adapta como anillo al dedo para las situaciones que vamos viviendo durante esta semana y que, de una u otra forma, también para esta semana de finales de año hasta que en Semana Santa ocurra algo similar.
En el libro ocurre que está Agnes en la sauna y llega una joven a hablarle de todo aquello que le gusta y no le gusta y Agnes, muy inteligentemente, deduce que esa chica al entrar tan abruptamente a hablar de ella misma nada más le está enseñando su «yo» enterito. Más tarde ocurre algo que vemos casi todos los días: una «chica de pelo negro» está en una motocicleta que crea un ruido ensordecedor y Agnes, muy inteligentemente de nuevo, deduce que la chica crea ese ruido ensordecedor en su motocicleta para mostrarle al mundo completo su «yo», es decir que esto es una proyección de su inseguridad, de sus ansias, de sus miedos, etcétera a través de máquinas (que pueden hacerlo mejor que ellos) o de simples acciones imprevistas en donde le enseña todo su ser a un desconocido o grupo de desconocidos: «No era la máquina la que hacía ruido, era el yo de la chica de pelo negro; aquella chica, para hacerse oír, para penetrar en la conciencia de los demás, había fija a su alma el ruidoso escape del motor».
Ahora bien, ¿a qué viene todo esto con los tiempos de fiesta y locura en masa que estamos pasando, padeciendo, sufriendo, exasperándonos en estas semanas? Esto se parece algo a ese cuento «Uno de cada tres», de Augusto Monterroso, pero en una forma más inconsciente: «Padece usted una de las dolencias más normales en el género humano: la necesidad de comunicarse con sus semejantes». Y esta vía es la más triste y penosa para nuestra condición… ¿Acaso la locura en masa que vemos antes de la Navidad no es la expresión de depósito del «yo» para que luego se exprese en su máximo exponente ese «yo» de las personas en un simple objeto que tomamos y otorgamos como regalo? En el regalo se encuentra nuestro «yo» ofrecido y en el trayecto desenfrenado de la masa se está desplegando en la intemperie ese mismo «yo» para luego condensarlo en el regalo. Y lo mismo ocurre, me parece, con las expresiones tan efusivas e hipócritas que la mayoría de seres humanos en este planeta otorga para estas fechas.
Hagamos de caso que desenfrenadamente vamos dejando rastros de nuestro «yo» en toda la calle y, más aún, en manifestaciones colectivas como Navidad, Año Nuevo, Semana Santa y festividades del despliegue del «yo», de nuestra alma y de nuestra intimidad escondida en la más profunda cavidad sobresaliente a la común vista de todos… Esto es algo similar al ritual del SOMA en Un mundo feliz de Huxley. En estas acciones puede que proyectamos todo lo que tenemos escondido en nuestro pecho y en nuestro corazón y en nuestra alma y en nuestro espíritu, todas nuestras frustraciones las escondemos en manifestaciones «litúrgicas» con el colectivo que, por así decirlo, va soliviantando nuestra caída. Esto es en cuestiones de grupo y ahora individualmente ya no hay quien nos apacigüe la caída, razón por la cual creo que siempre nos manifestamos de alguna manera ridícula o violenta.
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