Ahora bien, a qué se refieren los “tiempos de penuria” que Heidegger caracteriza con la ausencia de Dios y con la falta del desocultamiento de la muerte, el amor y el dolor. En dicho texto, a partir de un poema de Rilke, Heidegger caracteriza el habitar humano en el mundo como el estar arrojados en el riesgo, al igual que todos los elementos de la naturaleza. Pero el ser humano, a diferencia de las plantas o los animales, marcha con el riesgo, lo desea y hasta es incluso capaz de arriesgarse más[1]. Heidegger explica cómo este estar en el riesgo a diferencia de las plantas y los animales es un estar “ante” el riesgo. Ningún otro ser, además de lo humanos, tiene conciencia de esta posición, de este estar. Y es ante esta desprotección del riesgo, esta desprotección ante lo “abierto” de la naturaleza[2] la que propicia la estructura fundamental del querer. Al concebir al mundo como un objeto por estar frente a él, “el querer como la producción en el sentido de esa autoimposición intencional o deliberada de objetivación”. De ahí que el ser humano “quiera” al riesgo. Se trata de un querer que tiene en sí la naturaleza del mandato. En este sentido, se dialoga especialmente con la técnica. La técnica como esa producción de un mundo, esa autoimposición de un mundo diferente del natural. Profundizando un poco más la reflexión sobre la técnica, Heidegger añade que el Estado, las instituciones, la ciencia moderna son consecuencia de la técnica. Si toda nuestra visión del mundo “ante” el mundo cae en manos del querer técnico, la vida misma debe entregarse en manos de la esencia de la técnica. La dicotomía cartesiana de sujeto y objeto son consecuencias de ese querer técnico, ya que la objetivación es un precedente para la producción.
La producción surge como una medida para resguardarnos del riesgo de estar ante lo abierto. Surge como una alternativa de lo que Heidegger llamó “la pura percepción” del mundo, una percepción similar a la que tienen los animales. Sin embargo, a diferencia de la postura que se mantiene en La pregunta por la técnica, Heidegger sí mantiene en ¿Y para qué poetas? una postura que advierte sobre el peligro ontológico de la técnica. Se puede caer en el hecho de convertir al hombre “en material humano uncido a las metas propuestas”. Como alternativa a esta total objetivación que afecta tanto al mundo como al ser humano, la propuesta de Heidegger es la seguridad. Contra la protección de la técnica surge la seguridad (de su raíz etimológica, seguro, sine cura: “sin cuidado”: sin protección). Esta seguridad está relacionada con la pura percepción, con la vuelta a pertenecer a lo abierto de lo que el querer técnico busca resguardarnos.
Hechas estas aclaraciones sobre ¿Y para qué poetas?, la relación con la divinidad como constante comparación que aparece en Hölderlin y la esencia de la poesía y en Poéticamente habita el hombre tiene un poco más de sentido. Aquí, la relación con los dioses viene dada en la época en la que Dios está ausente, en la que se ha sacrificado la presencia del Dios en función del querer técnico. La poesía surge como una alternativa para reencontrar la existencia con una divinidad, con una naturaleza mayor. Una naturaleza esencial que según Heidegger está solo en “el espacio interno del mundo” y que trasciende la naturaleza que arriesgada, que es posible objetivar mediante el cálculo intencional de la técnica. Una naturaleza que, a diferencia de las cosas perecederas que el querer técnico construye, es imperecedera. La esencia de lo producido es que es perecedero y sustituible, dice Heidegger. Pero esta naturaleza, descubierta por la “intimidad del corazón”[3] va más allá, en un “más amplio círculo”[4], y se refiere a fenómenos como la percepción de la muerte, el amor a los antepasados, a los muertos, la nostalgia por la infancia, el amor por los que aún están por venir. Esta intimidad del corazón surge solo cuando dejamos de ver objetivamente las cosas. Cuando dejamos de verlas en función del querer técnico y las vemos a través de su intuición inmediata, de la “pura percepción” de los animales, de la cual buscamos protegernos a través de la técnica.
[1] El poema de Rilke es el siguiente:
“Como la naturaleza abandona a los seres / al riesgo de su oscuro deseo sin / proteger a ninguno en particular en el surco y el ramaje, / así, en lo más profundo de nuestro ser, tampoco nosotros / somos más queridos; nos arriesga. Solo que nosotros, / más aún que la planta o el animal, / marchamos con el riesgo, lo queremos, a veces / (y no por interés) hasta nos arriesgamos más / que la propia vida, al menos un soplo / más… eso nos crea, fuera de toda protección, / una seguridad, allí, donde actúa la gravedad de las / fuerzas puras; lo que finalmente nos resguarda / a nuestra desprotección y el que así la volviéramos / hacia lo abierto cuando la vimos amenazar, / para, en algún lugar del más amplio círculo, / allí donde nos toca la luz, afirmarla”.
[2] Es importante decir que en este texto, la significación que Heidegger da a la palabra “abierto” cambia radicalmente de la significación que le da normalmente. Aquí, lo abierto significa lo desconocido de la naturaleza, ese lado oculto del ser que no llegamos a conocer y que propicia además, el lado desocultado.
[3] Heidegger toma este término de Rilke.
[4] “En algún lugar del más amplio círculo”
†