“—¿Cómo se llama tu padre?
—Geppetto.
—Y ¿qué oficio tiene?
—El de pobre.
—¿Gana mucho?
—Gana lo que necesita para no tener nunca un céntimo en el bolsillo”.
Carlo Collodi
Las aventuras de Pinocho
La fila para obtener los antecedentes policiales y penales da la vuelta a la manzana en esta época del año, una buena parte de la población quisiéramos un empleo nuevo, con mayores oportunidades de aspirar a algo mejor. Claro, como estamos en un país violento, ese papel de Q30 nos garantiza que todos somos honestos, honrados y que no hemos tenido problemas con la ley. Por lo regular, la burocracia siempre es estúpida y nada ecológica, con esa impresión inmensa de papeles que acompañan la hoja de vida que muy pocos se tomarán la molestia de leer.
Pedir trabajo es hasta cierto punto una cuestión de orgullo, donde se sopesa la sobrevivencia del que busca empleo y la leonina capacidad de las empresas para hacerte sentir que te hacen un favor al contratarte y que no están dispuestas a darte un centavo más, porque tienen claro cuánto quieren desembolsar para la planilla laboral.
Antes, durante o después de la entrevista de trabajo, disponen que deben hacerte tests. Algunos de estos te tratan como delincuente, es más, lo aseguran, por lo que hay que desmentirlos. En algunos casos ya te pasan el polígrafo. Además, te piden requisitos estilo: “Buscamos profesionales graduados o por graduarse de la universidad en el área requerida y con una experiencia de dos o tres años en puestos afines; le ofrecemos el salario mínimo”. Aunque se tenga experiencia y estudios, muchas personas afrontan periodos de desempleo por estar sobrecalificadas.
Pasamos ocho horas al día o más trabajando en cosas que “nos permiten” sobrevivir, pagar la renta, la comida, el carro, las comodidades del siglo XXI, aunque perdamos en el camino seres queridos, tiempo, salud, incluso a nosotros mismos.
Cambiar el sistema no se hace fácil ni ocurrirá pronto. Soy pesimista en que cambiará para las próximas dos generaciones que vienen después de mí. Quiero soñar con que se puede. Las utopías permiten seguir creyendo que se pueden alcanzar y mantenernos constantes en el intento, de ahí su valor decía alguien.
Sé que se puede pensar distinto y vivir de otras maneras a las ya establecidas, y también sé que requiere más osadía para derribar los estereotipos. Pinocho quería ir a la escuela, pero tenía hambre y muchas distracciones en el camino. Eso de que todos podemos hacer lo que queramos también es utópico en una realidad llena de desigualdades y llena de Pinochos. Quienes lo han tenido todo de una manera relativamente accesible debieran pensar dos veces antes de apoyar un insulto como ese de darle a un niño lustrador de zapatos “felicidad” convertida en una hamburguesa de McDonald’s. El gusto de un día, porque de alimentación no se puede hablar, no le da oportunidades a ese niño con todo en contra.
El sistema le funciona a unos pocos, enmudece a la mayoría con una esclavización disfrazada de trabajo y éxito, y frustra a otros que se dan cuenta de que el esfuerzo pareciera en vano. Entre los intentos que conozco para que este sea un mundo mejor están el no permitir injusticias; en dejar de ser un simple consumidor y ser de nuevo un ser humano consiente del origen y los ciclos de las cosas; en moverte más para la salud del cuerpo y contaminar menos para la salud del planeta; en leer más y aprender a ser más empático con otras realidades; de pensar y decidir por nosotros mismos sin seguir sin chistar todas las órdenes que nos impongan; en pensar en colectivo y cortar con lo nocivo del individualismo.
Sé que podemos hacer más, pero solo podremos si estamos conscientes de eso, si estamos conscientes de que no merecemos ser esclavos modernos.
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¿Quién es Diana Vásquez Reyna?