Sí, «personajes literarios inolvidables», pero no vengo a hablar del Quijote, ni de Hamlet, ni de Dorian Gray, ni de Ana Karenina, entre muchos otros de los que tanto se ha hablado hasta el aburrimiento, y cuya fama y reconocimiento universal en el mundo de las letras ―en algunos casos con mayor mérito que en otros, hay que aceptarlo― es innegable, a tal punto de haber eclipsado la existencia de otros grandes seres ficticios, también creados con el más grandioso ingenio humano que nos podamos imaginar, y por lo tanto, no menos valiosos que los anteriores. Me refiero a aquel tipo de personajes, pocas veces héroes y muchas veces secundarios, que el lector se encuentra de casualidad en alguna novela, cuento u obra teatral sin haber contado con algún antecedente de su existencia, pero sobre todo, sin haber sospechado el impacto que provocarían en él; aquellos personajes destinados a incrustarse en la memoria del lector y de esta forma acompañarlo, por así decirlo, para el resto de su vida.
Retener por ahí el concepto y la imagen de un personaje aún después de mucho tiempo de haberse leído, es para mí, y seguramente lo es también para muchos, una de las más agradables sensaciones que puede provocar una relativa experiencia como lector de ficciones. Hoy quise recordar a grandes rasgos, y sin limitarme a géneros o épocas, algunos de los que por alguna u otra razón, acaso por simple capricho de la memoria, siguen acompañándome.
Ti Noel, el esclavo protagonista en El reino de este mundo (1949), de Alejo Carpentier, es la representación perfecta de una transición desde la inocencia más pura a la más triste conciencia de la realidad. Callado y sumiso como el más tímido de los niños, nunca renegó su condición por muy dura que esta fuera. Su inocencia no le permitía ver la situación a la que estaba sometido y simplemente intuía que dentro de un orden correcto de todas las cosas, el único propósito de su existencia en el mundo era el de ser esclavo, con la misma resignación con la que una serpiente aceptaría su condición de rastrera, o un príncipe su condición de futuro rey. ¿Qué alma más pura que esta? Sin embargo aparecería Mackandal, también esclavo, pero de quien Ti Noel aprendería muchas cosas. ¿Era posible ser esclavo y haber conocido el mundo más allá? Mackandal enseñaría a Ti Noel que su situación de esclavo había sido impuesta por los hombres, y no por un orden superior. Esta revelación sacudiría violentamente su conciencia ―virginal y nunca antes perturbada―, motivándolo a escaparse en busca de todas las cosas maravillosas de las que Mackandal le había hablado. Pronto descubriría que «el hombre solo puede hallar su grandeza, su máxima medida, en el reino de este mundo»; ese mundo «real maravilloso» que Carpentier haría célebre y que influenciaría a muchos escritores de las próximas generaciones.
Grushenka, la mujer cuyo amor disputan Demetrio y su padre en Los hermanos Karamazov (1880) de Fiódor Dostoievski, es uno de los ejemplos más significativos de redención humana expuestos dentro de un marco de ficción. A esto la acompaña el hecho de aparecer en una de las obras mejor acabadas de la historia de la literatura universal, y acaso la obra cumbre, no sólo de su autor, sino de toda la literatura rusa; una obra maestra completa que aporta mucho, muchísimo, para profundizar. Hermosa hasta la divinidad y despreciable hasta la muerte, Grushenka es la mujer que fácilmente todo lector podría amar y odiar al mismo tiempo. Ambiciosa, cínica y descarada por naturaleza, se vale de su belleza para conseguir todo lo que se propone, aunque esto signifique recurrir a los métodos más ruines y despiadados. En otras palabras, se trata de una preciosa muñeca de felpa con pasaporte y boleto directo a las llamas de lo más profundo del infierno. ¿Pero quién no la amaría lo suficiente como para condenarse a sí mismo con tal de que ella se salvase? Era imposible no amar a Grushenka por muy maldita que fuera. Pero en una de esas vueltas insospechables e inimaginables de la vida, ella también se enamora; y sucede de la misma forma en que podría sucederle a cualquier ser humano, incluyendo al más desgraciado de todos. Amar a Demetrio jamás estuvo en sus planes, sin embargo terminaría ofreciendo su propia libertad a cambio de la suya. Fue así como el amor la redimió, y pasó de ser la mujer más sucia y malvada a la más pura y bondadosa.
Durante mis años de lector he llegado a conocer infinidad de personificaciones femeninas, pero aún sigo imaginándome a Grushenka como la más hermosa de todas.
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