El capitalismo es una utopía donde el egoísmo del individuo, de forma mágica, genera el bienestar social a través de la redistribución económica a partir de los impuestos. Y esta voluntad de desarrollo individual va creando, al menos en teoría, una sociedad de libre mercado participativa e inclusiva, donde cualquiera con una buena idea puede subirse al tranvía de la prosperidad y alcanzar la satisfacción personal e, indirectamente, la de sus semejantes.
Como utopía es lindo escucharlo, repetido una y otra vez por las televisiones y mass media: el capitalista es quien crea empleos, riquezas y bienestar social… el capitalista es quien dirige las sociedades con sabiduría… el capitalista es capaz de regularse a sí mismo… el capitalista… el capitalista… el capitalista…
Pero la realidad material no es la teoría, y en la vida práctica no hay utopías que se puedan sustentar; bien porque la condición humana es demasiado vil para alcanzarlas o bien porque son de por sí inalcanzables en cuanto ideales abstractos y vacíos. Esta es la verdadera inconsistencia, si no estafa, del capitalismo en general: sus postulados son una máscara de falsa moral para explotar los recursos naturales y al ser humano.
Empezando, el capitalismo no busca ni pretende generar servicios, simplemente tiene por intencionalidad el acumular capital en pocas manos (en un aspecto microeconómico) y la búsqueda de crear estados coloniales con el pretexto de la globalización (desde una visión macroeconómica). Por lo tanto, si solamente busca acaparamiento y servidumbre, el capitalismo es incapaz intrínsecamente de generar bienestar indirecta o directamente; al contrario: es la mayor causa de pobreza, desigualdad e injusticia social.
Además, el enriquecimiento depende directamente a la cantidad de capital acumulado; no es suficiente con tener buenas ideas o talento: sencillamente se necesita capital para echar a andar las ideas comerciales. ¿Qué significa esto? Que es necesario tener la facultad de hacer, es decir, riqueza: capacidad de comprar la fuerza laboral del otro, que es el valor real de la producción de mercancías o préstamo de servicios. Por lo tanto, no todos están en situación adecuada para realizarse personalmente cuando difícilmente pueden satisfacer sus necesidades más prioritarias y urgentes.
Entramos a un asunto peliagudo, la producción de riqueza que el capitalista se adjudica a sí mismo. Pues bien, no es tal porque la riqueza social e individual es creada por los trabajadores y trabajadoras quienes con su trabajo y tiempo invertido producen bienes y servicios. Son los trabajadores quienes alimentan y visten a la burguesía, además de las capas medias; son los marginados, iletrados, enfermos y malnutridos los que producen la ostentación, educación, salud y alimentación del burgués capitalista.
Así mismo, los estados —los cuales proclaman ser la cuna de la libertad— restringen la libertad de competencia favoreciendo los monopolios, creando exenciones de impuestos a los grandes capitales, promoviendo leyes que favorecen la acumulación y prohíben la redistribución de la riqueza. Tal es el caso de Guatemala, donde deliberadamente la propiedad privada tiene una importancia constitucional. Esta circunstancia legal deniega la posibilidad de la redistribución de la tierra ociosa y es una forma retardataria de mantener un estado atrasado en el feudalismo criollo.
El libre mercado es una utopía, una idea falsa que no coincide con la realidad material. Libertad…, un sueño ilusorio para engañar corazones cándidos e influenciables. La cultura de la libertad es la cultura del engaño, de la hipocresía, de la explotación y de los privilegios.
La autodenominada «Revolución Industrial» no es más que una contrarrevolución reaccionaria para generar mercancías inútiles y un sistema consumista hipertrofiado que desperdicia los recursos naturales, reduciéndolos a materias primas. Nunca hubo tal grado de bienestar: este fue reducido a las clases dominantes, a la élite económica que maneja los hilos del poder real, los dueños de la infraestructura económica. Nunca hubo tanta medicina, para los burgueses; tantas mercancías ensambladas en serie, para los burgueses; tanta ropa, autos, electrodomésticos, servicios y bienestar, todo dedicado a una sola clase: la burguesa. Sí, el capitalismo es una farsa egoísta que solamente genera inequidad, dolor y miseria. Una utopía que genera decepción y desencanto. El libre mercado jamás existió en ningún lado, tal vez solamente como discurso, como retórica y como autocomplacencia burguesa.
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¿Quién es Gabriel García Guzmán?