Del arte y una sociedad vacía


Ingrid Ortez_ Casi literalCuando imparto clases de diseño o arte me doy cuenta de lo complicado que resulta para la mayoría de los estudiantes ejercer su creatividad; y esto me confirma el abismo al que hemos caído como sociedad. Les cuesta compenetrarse con ese proceso creativo que los lleva a realizar un boceto y esa limitación hace que su interés se reduzca al simple requisito de ganar la clase con el mínimo esfuerzo, mas no enriquecer su creatividad y acervo cultural.

Sin embargo, ellos no son culpables. El proceso creativo ha disminuido desde que no se fomenta en las escuelas. Cuántas veces no los hemos escuchado decir «Soy poco creativo». En mi país, Honduras, el sistema educativo se estancó desde hace muchos años, nunca procuró enriquecerse y adaptarse a la modernidad excepto ahora que se nos abalanzó la virtualidad a raíz de la pandemia por COVID-19. Sin embargo, lo que vemos son remiendos a un sistema desactualizado.

A esto debemos sumar el hecho de que nuestros gobiernos cada vez quieren menos gente pensante y más seguidores, por lo que, buscando ese fin, reducen los fondos para el arte y la educación. Se han eliminado de la academia clases vitales para el alma del individuo, provocando carencias que se notan a leguas en cualquier sociedad. El sistema educativo desarraigó el arte, la filosofía y la cultura; y como consecuencia vemos masas que intentan llenarse del consumo de imágenes efímeras y sin sentido.

Hoy existen y triunfan escritores que no leen en lo absoluto, que son producto del mercadeo y de la imagen. El exceso de productos que hacen todo el trabajo con solo presionar un botón aumenta una problemática que nos vuelve simples operadores, mas no creadores pensantes y cuestionadores.

A través de la historia las civilizaciones más exitosas han tenido como elemento común un desarrollo artístico extraordinario y un énfasis en el estudio de la filosofía, dictando parámetros estéticos que hicieron crecer y evolucionar tanto al artista y su sociedad como a la cultura y al arte mismo.

Michel Serres, filósofo francés, acertadamente ejemplificó el valor del arte y la cultura en la sociedad al afirmar: «Si usted tiene un pan y yo tengo un euro, y yo voy y le compro el pan, yo tendré un pan y usted un euro, y verá un equilibrio en ese intercambio; esto es, A tiene un euro y B tiene pan, y a la inversa, B tiene el pan y A el euro. Este es, pues, un equilibrio perfecto. Pero si usted tiene un soneto de Verlaine, o el teorema de Pitágoras, y yo no tengo nada, y usted me los enseña, al final de ese intercambio yo tendré el soneto y el teorema, pero usted los habrá conservado. En el primer caso, hay equilibrio. Eso es mercancía. En el segundo, hay crecimiento. Eso es cultura».

A través de las grandes civilizaciones hemos aprendido que el arte es una necesidad que le da sentido a la vida, una forma de entender la manera en que la sociedad se ha visto y comprendido a sí misma. Tiene la capacidad de cuestionarnos respecto a nuestro pasado y presente; se vuelve un idioma, una comunicación en otro estado de conciencia, una transformación y un compromiso que, en algún punto desafortunado de nuestra historia dejamos de hablarlo, aprenderlo y amarlo, limitándonos a botones y máquinas que pretenden hacer ese trabajo por nosotros.

Desde la pintura rupestre hasta la última obra contemporánea creada, el arte ha desarrollado la capacidad de reflexión y contemplación, llevándola a un nivel más civilizado y creando un sentido de pertenencia, además de ser una herramienta de denuncia social. La virtualidad nunca será suficiente para suplantar el hecho artístico.

Nos encontramos ante un enorme abismo provocado por la falta de promoción y apreciación del arte: el vacío de una sociedad cada vez más idiota y poco analítica castrada de creatividad. Para darse cuenta de esto solo basta con acercarse a ver el tipo de entretenimiento, música o películas que inundan hoy nuestra vida urbana.

Olvidamos lo que el gran científico Albert Einstein promovía: «la lógica te llevará de A hacia B. La imaginación te llevará a todas partes», pues para él las ideas creativas no provenían solo de la razón, sino de la imaginación y la intuición, cualidades que solo poseen los verdaderos artistas.

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