¿Ama o esclava? La doble carga de trabajo de las mujeres


Javier Stanziola_ Perfil Casi literal¿Ama o esclava?, pregunta la panameña Vannie Arrocha Morán como título de uno de los poemas de su libro Y por este color de la piel.

«Quiero ser gato mimado

Profesional admirada

Miércoles, 7:40 de la noche

y mi día no acaba».

Acaba la clase de economía que imparto y me pregunto qué tal les irá a mis estudiantes con la tarea. Les he pedido que exploren porque en Panamá la tasa de participación laboral femenina se resiste a llegar al 50%. Me pregunto cómo procesarán esas cifras mis estudiantes mujeres. Son ellas las que se destacan en clases por sus sesudas participaciones, ingeniosos reportes y bien preparados exámenes. Pero no son ellas las que luego veo en bien pagados puestos empresariales o liderando proyectos en el sector público. En su lugar veo a sus excompañeros de clases varones. Muchos de ellos (no todos) pasaron por mis clases agachados, sin pena ni gloria, pero con una seguridad absoluta de su lugar en el mercado laboral.

Y sigue Vannie Arrocha Morán:

«“Piensa, piensa y escribe”

digo en voz alta

el teclado es la música de fondo

hasta que el informe se redacta

(…)»

Pienso en las estadísticas más recientes sobre distribución de ingresos en Panamá. Según la Organización Internacional de Trabajo, los trabajadores y trabajadoras panameñas recibieron en promedio tan solo el 35% del Producto Interno Bruto entre 2004 y 2019. Eso quiere decir que el 65% de los ingresos se fue a dueños de capital y tierras. Esta es la distribución más pringosa de toda América Latina. En Costa Rica los trabajadores y trabajadoras recibieron un 55%; 59% en Chile. Resulta que el trabajo bien redactado en Panamá no brinda las recompensas que nos prometieron en la escuela.

Para las mujeres, esta distribución es aún más apestosa. En 2020, nueve de cada diez mujeres ocupadas lo hacían en actividades económicas donde los hombres recibían mejores ingresos.

«“Rápido, ve deprisa,

la cocina

el fregador

la ropa sucia,

en casa te aguardan”».

Por muy rápido que vayan, los quehaceres y cuidados de menores y adultos mayores las amarran. La pandemia no logró los cambios que muchos soñábamos, pero sí nos bañó con decenas de encuestas sobre la doble carga de trabajo de las mujeres. Encerrados todos, las encuestas revelaron que las mujeres que lograron mantenerse en el mercado laboral también se encargaron de cuidar a sus hijos y a las personas enfermas, revisar las tareas, limpiar la casa. Los hombres descubrieron el arte de ir al supermercado.

«No soy perfecta:

Si estudio con los niños,

pierdo la paciencia».

Pero la doble carga no se limita al trabajo. Las mujeres son admiradas por luchonas, valientes, únicas; o eso nos dicen los seguidores de Coelho. Perfectas, atadas a la pata de la mesa de la cocina sin lograr una autonomía que ayude a redistribuir recursos y poder. Para que nada cambie, las mimamos con la doble carga de ser amas y esclavas a la vez.

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