En los tiempos contemporáneos, y aún más en los últimos meses con los «amagos de peste»[1] y de guerra que se esparcen por el mundo con más ferocidad que las plagas bíblicas, toma su momentum literario la poesía del artista plástico, poeta y traductor nicaragüense Alain Pallais (Managua, 1975), quien fue soldado en la guerra de Irak entre 2004 y 2005 para el Ejército de Estados Unidos y hoy funge en la Armada como veterano en trabajos administrativos durante las horas laborales, pero que además es poeta y artista desde las arterias las veinticuatro horas del día.
La poesía de Alain, sus ilustraciones y sus pinturas han sido publicadas de forma dispersa en diversas revistas de Hispanoamérica y Estados Unidos, pero aún no en un libro ni en una exposición individual en las paredes de museos o galerías. Cuatro de sus ilustraciones han aparecido en portadas de poemarios y libros de cuentos —cedidas con generosidad— y en revistas ha publicado algunos fragmentos de su poemario inédito The sandbox. Este libro reúne sus reflexiones y narraciones sobre la horrible guerra vivida con arma de alto calibre, chaleco, uniforme, botas, casco y demás encima, expuesto al sol ardiente del Medio Oriente. La obra nace desde los «sandboxes» de las bases militares en los alrededores de Bagdad.
Los versos y la vida de Alain Pallais hacen rememorar una similitud vivida en Nicaragua hace más de cien años con Salomón de la Selva (Nicaragua, 1893-Francia, 1959), poeta nicaragüense que fue soldado y combatió en la Primera Guerra Mundial a la edad de 24. El soldado desconocido (1922), el libro de Salomón en el que lleva su experiencia bélica a la poesía, lo ha convertido en uno de los primeros poetas de Hispanoamérica en el filo del fin del Modernismo, que tuvo el «honor» de escribir en términos testimoniales versos basados en sus apuntes y crónicas de estilo epistolar desde las trincheras y refugios —zanjas, túneles, cuevas— de alambres y barricadas. Su poesía y voz de soldado toma poder desde su hundimiento en el lodo —literalmente— al enfrentarse a la muerte por voluntad propia, alzado por el vigor de la juventud y del llamado «patriotismo aliado».
Con las posibilidades que vaticinan diferentes especialistas y analistas de importantes medios de comunicación en todos los continentes sobre la visión de una Tercera Guerra Mundial atómica que se avecina, acelera e inflama el nervio del cerebro del mundo entero con un sentimiento de aflicción e incertidumbre cuando el planeta recién sale de una pandemia —y se invierte el horror de 1918, cuando el mundo salía de una guerra de espanto para ingresar a una pandemia—, The sandbox vive su tiempo ideal para ser finalmente publicado. En tiempos cuando el mundo de fines de 1918 se refugió en el cine, el teatro, la poesía y la literatura después de la guerra, hoy busca su alivio, ensueño y escape en la poesía y la narrativa antes de que se disparen las alarmas y se alcen los estandartes de la guerra que el mundo ve venir, y que las naciones y organismos internacionales muy sensatamente intentan detener.
Alain Pallais es, quizás, uno de los poquísimos poetas centroamericanos de su generación que es un veterano de guerra y escritor. Los versos de The sandbox evocan en muchas ocasiones a Salomón de la Selva, su predecesor nicaragüense, en una guerra de impacto internacional. Salomón es en sus poemas mayormente exteriorista: pese a que su libro es una narración de la guerra, hay en el soldado —el soldado que Salomón personifica y crea en el libro como su alter ego— un sino constante al encontrarse con jovencitos como él en los ejércitos «enemigos»; y que tienen familia, sufren hambre y dolor, gritan, sangran, tienen miedo y conocen el horror desde sus crisis nerviosas y el furor del combate vivo.
En paralelo a El soldado desconocido, The sandbox aparta la angustia y la excitación del heroísmo anónimo que va más allá de la mezcla fatal de los dos componentes químicos que son peor que cualquier arma atómica: testosterona+adrenalina. El soldado de Salomón se convierte en un pacifista y enemigo de la guerra allí mismo en la trinchera, proclamador de la libertad desde sus versos que evolucionan en la personalidad del soldado a medida que corren las páginas. El soldado de Alain Pallais siente miedo y se interioriza cada vez más, necesita y urge sentir «miedo» para salir vivo de ese infierno:
¿fotografías? No
no llevaré fotografías
valor
valor para mudar
temor
temor para vivir.
El ser sensible y crítico se va transformando y emerge desde las filas de uno de los ejércitos más poderosos del mundo, al que los continentes temen y bajo cuya economía sobreviven los hemisferios de la Tierra. Y el soldado —que saluda por la mañana a la bandera de estrellas y barras con el pecho henchido— al correr del día reflexiona y reconoce en los «sandboxes» del Medio Oriente el horror de la guerra, no por lo que sufren ellos mismos como uniformados, sino por lo que sucede más allá en lo desconocido, donde no se ve que las bombas de alto alcance estallan. Y su melancolía florece desde los pequeños tiempos de descanso que les permiten en aquellas cárceles en que suelen convertirse las bases militares, para germinar al fin como poeta, labrado al rojo vivo desde el dolor:
las cosas deben quedarse donde están
—cuando un soldado deja su fusil desatendido
una luciérnaga se despierta
vuela en la consciencia prendiendo su luz
con un ritmo cada vez menos intenso
y solo se detiene
cuando el soldado vuelve a posar su mirada
sobre aquel animal que solo sabe dormir
y matar.
Muestra de ilustraciones y pinturas de Alain Pallais.
[1] Canto de esperanza (Cantos de vida y esperanza), Rubén Darío, 1905.
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