Barbie y el tesoro cinematográfico


Angélica Quiñonez_ Perfil Casi literal 2Mi juguete favorito de la infancia siempre fue una muñeca Barbie. Como a muchas niñas, me emocionaba interpretar y replantear el mundo de los adultos desde una esquina de mi cuarto, con una casa que incluía un muelle con resbaladero y un Jeep lila. Mis barbies vivieron intrigas, romances, guerras y cualquier cantidad de escándalos y aventuras. Y por eso tenía altísimas expectativas cuando un comercial de televisión anunció la primera película de la rubia plástica. Aunque se estrenó en octubre de 2001, la transmisión oficial que yo vi fue en Nickelodeon tiempo después, muy adecuadamente en Nochebuena: Barbie en el Cascanueces. Se trata de una adaptación del icónico ballet de Tchaikovsky, ligeramente más cargado de aventura y humor, pero inequívocamente centrado en la obra musical.

La película tiene una animación bastante débil si se compara con otras producciones de la época, pero está bastante claro que todos los involucrados les prestaron atención a los detalles correctos. Para empezar, no solo hubo un ínfimo presupuesto, sino que el estigma de «película para niñas» presentaba un reto para atraer vistas comparado con otras producciones del año, como Shrek, Jimmy Neutron o Monsters Inc., que, pese a ser historias masculinas, se mercadearon como «diversión para toda la familia».

Barbie en el Cascanueces centró su atención en la experiencia estética del ballet, con la notable colaboración del Ballet de Nueva York y la Orquesta Sinfónica de Londres. Por supuesto, la animación puso especial esmero en las escenas que motivarían la compra de más muñecas, incluyendo múltiples tutús brillantes y una carroza con un unicornio, pero mucho de su esfuerzo está en la fina musicalización y la captura dedicada de coreografías de ballet creadas especialmente para cada escena.

Sin embargo, lo más refrescante siempre fue que la historia priorizara a la heroína como un ejemplo de coraje y compasión. Acaso para calmar a las mamás post-feministas que repudiaban la (presunta) superficialidad de las princesas Disney, esta película abre con Barbie ayudando a su hermanita Kelly a superar el pánico escénico. Desde el inicio está claro que la historia de Clara, el Cascanueces y el Rey Ratón tiene una importante lección para la autoestima de las niñas.

Como era de esperarse, la película Barbie en el Cascanueces vendió 3.4 millones de copias en DVD y $150 millones de dólares. La fórmula rápidamente se adaptó con versiones Barbie de El lago de los cisnes, Los tres mosqueteros, El príncipe y el mendigo, Cuento de Navidad, Rapunzel y Pulgarcito; y poco a poco se introdujo a historias más modernas y originales. En casi todas las películas, la idea es la misma: Barbie moderna cuenta una historia para ayudar a alguna hermana o amiga a superar un problema, y el resto del tiempo estamos transportadas a la fantasía.

Este tropo de Barbie-narradora me parecía innecesario cuando era niña, pero ahora puedo entender lo brillante que es. Primero, permite establecer que la historia tiene un propósito didáctico que apacigüe a los críticos de la ternura y el rosa (Dios guarde que las niñas solo quieran divertirse); pero en realidad es la manera más inteligente para preservar a Barbie como lo que siempre debe ser: la figura interpretativa de la adultez por las niñas. Al ser ella la narradora, puede adoptar múltiples nuevos personajes (princesa, bailarina, sirena, músico, patinadora) como lo hace en los juegos de sus admiradoras.

En 2022, Barbie finalmente ha pagado su deuda moral para ser un ícono femenino. Propiedades orientadas a las niñas, como My Little Pony o Monster High han minimizado el estigma, en parte porque los ejecutivos han descubierto lo rentables que son. Coincidiendo con su resurgimiento en Netflix, Barbie ya tiene su propia serie de televisión, perfil de Instagram y una próxima producción live-action dirigida por Greta Gerwig. No me encanta que gran parte de este cambio haya sido motivado por el duro y crudo capitalismo, pero al menos me agrada que cualquier niña puede prender su pantalla o tomar una muñeca y, sin presiones, ser lo que quiera ser.

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